Escupimos
Estamos sentados en la oscuridad de la noche. El círculo es perfecto. Nuestras manos entrelazadas tiemblan de miedo. Es el pánico de ser invisible.
Uno a uno nos paramos y caminamos hacia el centro de la ronda. Una olla grande sostenida por carbones rojos hierve incansablemente.
Agachamos la cabeza.
Aquel que camina hacia el centro lo hace despacio pero deseoso de llenar su alma de fuego sagrado.
Nos paramos frente a la olla gigante y tiramos en ella un reloj. Uno a uno hervimos nuestros relojes.
Llegamos a ser sesenta. Ahora somos cuarenta y dos. Del resto no supimos nada.
Lloramos
El más grande de nosotros apaga el fuego cuando el último deja su reloj. Tira arena con una pala tapando cada despojo de brasa. Dice palabras que solo nosotros entendemos: “Ara pasum tae” (las horas pasan)
Todos miramos el piso y con nuestras manos apoyadas en él meditamos largos minutos. El frío comienza a calar los huesos.
Temblamos.
No hay más relojes en nuestras muñecas. Fueron convertidos en sopa de tiempo. Nos abrazamos en torno a la olla fría sabiendo que nada de esto pasó sin huella.
Encontramos el camino a nuestras casas marcadas por el fuego y los misterios horarios.
No volvemos a pensar en el tiempo.
Dormimos.
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