sábado, 5 de septiembre de 2020

El seguro

 

Sabía que levantarse cada mañana mientras esperaba el caer de las pocas gotas que salían de la canilla oxidada, no era un desafío. Era pensar que debía hacer exactamente lo mismo cada día, cada hora, cada pasar del tiempo. De mediana edad, canoso, alto y flaco por la mañana se vestía con un pantalón marrón medio aviejado, una camisa amarillenta y una campera negra. Caminaba cuatro cuadras hasta el bar de la esquina en la avenida. Se sentaba en la misma mesa de siempre y Rosa le alcanzaba su café con leche con tostadas. Las untaba con mermelada mientras miraba por la ventana. Los autos pasaban, iban y venían. Le gustaba verlos mientras terminaba su desayuno. La idea de estar detenido mientras todo estaba en movimiento le generaba la imperiosa necesidad sentirlo.

Miraba el reloj siempre a la misma hora, dejaba el dinero bajo la taza y se iba a trabajar. La jornada en su oficina era monótona pero segura. El departamento estaba a unas cuadras del bar, era un primer piso contrafrente. En la puerta tenía el cartel de productor de seguros.

Empezaba su tarea a las diez en punto, nunca antes, nunca después. La oficina estaba venida a menos, poca luz, un cuadro de un paisaje pampeano, un cuadro de un santo y su certificado de productor. A eso de las diez y media empezaba a sonar el teléfono. Atendía displicentemente pero seguro. Describía el servicio y pasaba presupuesto. Así varias horas. No paraba para almorzar pero tampoco trabajaba todo el tiempo. Por momentos miraba la única planta que nunca se marchitaba. Se mantenía bella, llena de vida. El se acercaba y metía un dedo en la tierra. Si estaba seca, iba al pequeño baño llenaba un vaso blanco de plástico para regarla. Y la regaba. No pasaba día que no admirara su planta. Sentía una notable satisfacción de tenerla.

Luego de varias horas, se iba. Había vendido algunos seguros, resuelto un par de reclamos y planificado su día siguiente. Entonces volvía a su casa caminando, con la campera en le brazo y la sensación que mañana sería muy parecido. Estaba seguro.

La rutina de la tarde consistía en llegar a su casa, prepararse un mate cocido mientras escuchaba radio. Leía algún libro o veía algo de televisión. Los martes y viernes hacía las compras. Tenía una lista que repetía y le permitía asegurar sus provisiones para las semana. Ya a las ocho, cocinaba su cena y a las diez estaba en la cama mirando alguna película. Le gustaba las policiales, las de misterio a veces algún que otro documental. Así terminaba su día. Conforme y seguro de todo lo que fue su día y sabiendo como sería el de mañana.

No mucho más de las doce se quedaba dormido. Pero antes, apagaba la televisión.

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