jueves, 19 de septiembre de 2019

El cerco



Nunca me gustó la autopista Buenos Aires-La Plata. No sé bien porque. Tan vez es ese asfalto tan irregular, o las curvas tan amplias, o tal vez la sensación que podría llegar al mar pero falta mucho. Entonces siempre que la transito recuerdo esa insatisfacción.
Si faltaba algo para no gustarme es que vi el cerco. Probablemente haya estado hace mucho pero me habrá encontrado distraída o insensible.
La cosa es que sobre la mano derecha se presentó frente a mí un terrible cerco que funciona de aislante para la villa que se despliega sobre el costado derecho. No se bien la localidad ni la ubicación, solo sé que eran unos cuantos metros de una gran estructura metálica con redes cual gigantes mediasombras que evitan algo. Dividen algo. Le dicen al quien vive del lado de la villa que vive del lado de la villa y que es tan distintx al resto de la sociedad que necesita de una mediasombra con vigas metálicas para ser. O no ser. O no hacer. Me pareció terrible.
Y tal vez tiren piedras o se crucen para que parar los autos.
Y de alguna manera se entiende o creemos entenderlo.
Sin embargo pienso que es una solución horrible. Tan horrible como la imagen de ruptura que me produjo verlo. Ruptura cultural, económica, social, humana.
¿Qué puede sentir quien en la villa ve que su límite con la saciedad es un cerco? ¿cómo puede ser que así pretendamos que vivan como nosotrxs creemos que hay que vivir?
Creo imposible que esa solución sea solución.
Creo que es un espanto.
Ahí me quedé y no saqué foto. Y tampoco encuentro registro en el gran mundo de internet.
Un espanto sin registro.
Un espantoso cerco.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Adoquines


Que no haya subtes no necesariamente es una mala situación.
Desde San Telmo a Once se camina bien. La ciudad muestra la belleza del movimiento. Miles de personas que se cruzan y ni se miran. La exacerbación del individualismo. Cuánta gente que se cruza de frente en su mirada y no pasa nada. Cuanta gente que no es nadie en la vida de nadie.
Las miradas se cruzan e imaginamos la posibilidad de que algo debería pasar porque si hay un cruce de miradas, hay intenciones. Pero esas intenciones no se comparten a pesar del frente a frente de los ojos. Esas intenciones tampoco son parecidas. Se reprimen las intensiones.
Por suerte, lo que corre ese cruzamiento de miradas son los adoquines.
Las calles por Defensa están llenas de piedras que tropiezan pies pero que le dan una pincelada de antaño, una cultura colonial que contrasta con la miradas y las camisas de empleadxs que caminan pegando miradas a sus celulares.
Y bancos. Iglesias. Organismos públicos. Y la Plaza de Mayo.
Una plaza que tiene tantas miradas como pulso histórico. Sin valor consciente, el hecho de pisarla produce la sensación de acción y de historia ajena. De balcones, de luces, de pasado y de futuro.
Caminarla, según el momento y el motivo, la carga de contenido, de valor social, económico y político.
Los adoquines quedaron atrás y la ancha Avenida de Mayo es la extremidad de esa plaza, que es cuerpo y alma de muchos mas que menos y de muchos ojalá.
La avenida, recta, sólo se ve desorganizada cuando el Congreso se para de frente para generar una diagonal derecha, que la encamina finalmente a ser eterna.
Varias cuadras después te recibe Once, uno de los centros de confluencia de transporte. Nada se parece a San Telmo y a sus adoquines. También aquí miles de personas se cruzan y no se miran. Y cuando se miran, esconden la intención y bajan la mirada para no pensar en intensiones.
Ropa. Negocios. Vendedores ambulantes. Monumentos. Y la Estación.
De tanto San Telmo en adoquines llegas a Once vestido con ropa de oferta.
Que no haya subtes no necesariamente es una mala situación.
Es una mirada. Es una intención.

A propósito de las SAD

Estos últimos días, los clubes son parte de la disputa ideológica que tiñe esta previa de ballotage presidencial. Frente a la reaparición de...