jueves, 16 de julio de 2009

Aspectos filosóficos de un andén chiquito

Hoy me agarraron la mano para subir al tren. Era completamente necesaria esa mano.
Era una mano de carne y hueso. Era mano desconocida. No tenía cara.
Uno no le da la mano a cualquiera. Va por la calle y no acepta manos de cualquiera.
Ni lo imagina. Tocar una mano totalmente desconocida no es común. Y muchomenos los es apretarla fuerte. Menos hoy, con la paranoia generalizada por pandemias infames.
Cuando la necesidad aparece, la racionalidad desaparece.
El andén fue cambiado, no era el de siempre. La masa y yo nos cruzamos. Nos enfrentamos al andén oficial. Ese que tiene justo la medida exacta para subir al tren.
Un problema de trenes evidentemente.
En el anden chiquito todos parecemos mas grandes y más.
Se aproxima el tren en un horizonte de vías. Imponente. Prepotente. Magnánimo.
Estaciona sin ningún tipo de timidez. Es enorme y no se llega ni con el paso más grande que uno pueda dar. No hay longitud ni elongación suficiente para hacer palanca con la segunda pierna que queda debajo. Ni siquiera la pierna que está arriba llega al piso del tren. Ironías si la hay. No llegar al piso, pero desde abajo. ¿Será que el andén chiquito es el infierno? Duda aparte, nuestras caras asustadas por la imposibilidad del heróico salto hacen creer que será un tren que se irá sin nosotros. Pero justo en ese momento de pánico ridículo, aparecen las manos desconocidas. Esas, que no tienen cara y que no apretaríamos si fueramos viajeros de un andén oficial.
Las manos se asoman del cuerpo de extraños tendiéndose con ganas de ser útiles a la imposibilidad. Y esas manos palanca funcionan para la ola humana como un relajador de viajes imposibles. Ya en el piso del tren, mirando el pequeño andén que atrás queda, volvemos, casi en un segundo, a temer dar la mano.
Concluí pues,
La necesidad hace olvidar los preconceptos que establecemos como sociedad.
Cuando no se puede, hay manos que hacen palanca.
Cuando no hay palancas, creemos en un tren imposible.
El punto exacto que une lo imposible con lo posible es una mano.
Si la cabeza deja de funcionar motivada por el deseo, podemos subir al tren.
La gripe A desune.
Todos somos tristemente humanos que reaccionamos como trenes.
El momento en que uno concientiza la desconciencia es efímero y el concepto de mano se vuelve irreal.
Lo irreal existe.

Nota: sí, no lo digan, tengo que dejar de viajar en medios de transporte público.

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