domingo, 3 de agosto de 2008

Una historia simple

Marcela se levanta alrededor de las 8 de la mañana. Nunca usó piyamas. Suele llevar un pantalón de gimnasia ya gastado por los años y un buzo que sigue los mismos pasos. No hace ruido. Teme despertar a Rocío, su hija de apenas cuatro años. Marcela y Rocío son muy apegadas. Rocío nació poco después de que Marcela terminara su carrera y se recibiera finalmente de podóloga. En éstos cuatro años y con Roció paseando entre sus piernas logró abrir su propio consultorio. No sólo podía disponer así de sus horarios sino que era lo que siempre había soñado.
Mientras prepara un café con leche con tostadas, aprovecha a leer el diario que Juan Carlos deja en su puerta todas las mañanas. Nunca le gustó leer el diario. Descubre así las noticias más importantes y se siente tranquila de hacerlo. Conocer lo que pasa en la sociedad no tiene más objetivo que tener tema de conversación con las clientas que van a su consultorio.
Cada mañana, mientras Roció duerme y luego de terminar el diario. Lava dedicadamente la taza y limpia las innumerables miguitas de pan tostado que quedaron sobre el mantel matutino. Una vez que finaliza su tarea vuelve a la habitación y comienza a vestirse. Elige cuidadosamente su ropa. Preferentemente pantalones. Nunca le gustaron los pantalones. Luego decide si hoy es camisa o remerita. Siempre viste ropa de marca. Una vez lo decidió y lo mantiene. Inmediatamente busca uno de sus varios guardapolvos. Están delicadamente planchados.
Marcela logró instalar el consultorio en su casa. Martín la ayudó ciertamente. Siempre la acompañó en sus proyectos. Hoy él está conforme con el desarrollo que ha tenido su mujer. A Martín nunca le gustó la podología.
Luego de vestir su guardapolvo, abre el consultorio y ordena sobre lo que ha dejado ordenado el día anterior. Abre las grandes cortinas blancas que tiene sutiles bolados y deja entrar el tenue sol que se asoma iluminando la camilla y cada uno de los instrumentos de trabajo.
El primer turno es a las once de la mañana y suele darlos a señoras mayores con los pies llenos de tristeza acumulada a lo largo de sus vida. Uñas encarnadas, cayos, juanetes molestos y dedos pegados. Hoy, el primer turno era para Elsa. Un pie difícil si lo hay. A Marcela nunca le gustaron los pies.
Sentada en su sillón, vestida de forma impecable, prepara las fichas de sus clientas y espera su extenso día.
El sol le da en los ojos, un bostezo, un café con leche.
Y suena de pronto el timbre. Son las once y dos minutos.
Rocío sigue durmiendo.
A Rocío nunca le gustó dormir.

Foto: "Gotas de Rocío"
Por Thelma Belén en Flickr
www.flickr.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

imagino paredes blancas, un departamento luminoso y pocos objetos, pero cuidadosamente seleccionados. Una frutera con objetos cotidianos en la mesa, como una birome, un boleto de tren, y el quitaesmaltes de Marcela. Tambien imagino que ella se encarga de juntar los juguetes de Rocio cada mañana, para que las clientas no perciban el caos que se puede dar en algunos momentos en esa casa. Sobre todo cuando Rocio comienza su dia.
Diego, el papa del nene

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