
Acto seguido a la caída, me llevaron al hospital. Todo fue rápido y volví a mi casa con turno en el dentista. No había posibilidades, debía recomponer mi dentadura e igualarme con el resto de mi entorno.
A la semana tenía mis nuevos dientes. Me sentí maravillada del poder sacarlos. Era increíble ver que una parte de uno se puede sacar y observarse desde afuera. Imaginé entonces cómo sería poder sacarse una oreja, dejarla en la mesa de luz, mirarla y volver a ponérmela cuando era necesario.
Pero lo peor comenzó a la semana de tenerlos. En el leguaje cotidiano, se llaman dientes postizos. Insistí en llamarlos de esa manera pero los hechos refutaron esa denominación.
Como por arte de magia y de un día para otro, mis dientes comenzaron a mentirme. Sí, la pura realidad. Por las mañanas, los ubicaba en su lugar blancos, perfectos. A medida que pasaban las horas, tomaban vida. Un día, me preparé fideos con tuco. Entraban a mi boca como tales, pero al masticarlos, se convertían en ravioles de ricota. Otra vez, me cambiaron una carne al horno con puré por un pollo a la mostaza con lechuga y tomate. Al principio dudé de mi cordura y esperé. Pero el colmo fue anteanoche. Estaba limpiándolos como siempre y mientras lo hacía tomaban un blanco brillante, pero cuando dejaba de mirarlos se ponían negros. Pude observarlo porque justo había un espejo. Giré y los volvía a mirar. Blancos. Me di vuelta. Negros. Los miré, blancos. Me di vuelta, negros.
Indignada, comencé a insultarlos. No saben la cantidad de cosas que les dije. Los muy descarados, brillaban en su blancura. Y cuanto más los miraba, más blancos se ponían. Y les gritaba. Mucho. Mis nervios destrozados. Estaba segura que al ponérmelos, se pondrían negros. Pero nunca me lo mostrarían abiertamente. Si me viera a un espejo, volverían a su blancura.
Tomé los dientes, los metí en una caja. Me tome un taxi (no quería caerme otra vez) y llegué al dentista no sin antes dar enormes vueltas consecuencia de mi incapacidad de hablar normalmente sin dientes. El taxista apenas podía entenderme. "Zeor, mamos a sfarmento a domil".
Una vez en el consultorio del dentista, saqué la caja, la abrí y le expliqué la situación. El dentista me miró apenado y me pidió calma. Por suerte me explicó que me quedara tranquila que no era el primer caso y que estaban viendo pero el problema era la partida. Parece que hubo una tanda que fueron mal rotulados y en vez de ponerles "Dientes postizos" escribieron "Dientes falsos".
Me quedé tranquila entonces, sobre todo cuando confirme que me harían los postizos sin cargo y que tenía como resarcimiento por los daños ocasionados una entrada 2 x 1 en el Cine Cosmos.
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