viernes, 22 de marzo de 2019

Yo fui testiga


Por esas cosas de la vida, me tocó por primera vez ser testiga en un juicio.
A veces ocurre que tenemos que hacer cosas por primera vez, y cuando eso pasa el vértigo de lo nuevo genera una ansiedad impensada. Sin embargo llegué bastante tranquila a la zona de Tribunales. Me senté en un café con el abogado quien me comentó medianamente lo que esperaba que testifique. Lo primero que me dijo es que lo bueno era que íbamos a decir la verdad, y como tal, no debía preocuparme demasiado. Traje, pelo corto, prolijo. Su celular que sonaba bajito. Los años de experiencia. Tenía una simpatía extraña. Se reía sabiendo que se estaba riendo. Quedé mirándolo varias veces, tratando de comprender que lleva a alguien ser consciente de su propia risa. Lo observaba cómo se y me preparaba para diseñar sus preguntas. Estaba apurado.
Llegué al juzgado correspondiente. Un segundo piso. Expedientes atados por lo pasillos. Papeles de todo tipo y color, papeles que crean un paisaje de papeles.
Me llamaron a la audiencia. Entré a una salita que tenía por pared cajas con expedientes por donde lo mirabas. Papeles, más papeles. El espacio era pequeño. Un gran escritorio viejo con una computadora en medio. Tres sillas de madera. Viejas. De distintos estilos pero elegantes. Había un hombre joven mirando los expedientes. La señora que me llevó habló con hombre y dijo que no había sistema. Hacemos la declaración en word, decidió. 
Para mí era lo mismo.
El mismo joven que nadaba en los expedientes de repente se levantó, acomodó las sillas, se sentó en el escritorio y me pidió que me sentara frente a él. Me pidió el DNI y confirmó mis datos de forma oral. Terminada la ceremonia de verificar que yo era yo, me pregunta si voy a decir la verdad a lo que le contesto que sí. Luego me aclaró que estaba bajo juramento y que debía decir la verdad. Me sentí adentro de una película y me sentí maravillosamente bien de estar viviendo lo que me estaba pasando. Era un personaje de mi imaginación actuando en la realidad.
Me imaginaba en otros contextos, en algún cuento de Juan José Saer.
Tardé como hora y pico en testificar. No fue tan sencillo como me había dicho el abogado allá en el café. Me hicieron salir tres veces para no escuchar discusiones entre las partes a cerca de las preguntas de los abogados y de mis respuestas. Quedaba sola en el pasillo también repleto de expedientes (papeles) y esperaba a ser llamada otra vez para ver que habían decido preguntarme. Mientras esperaba pensaba en alguna respuesta o imaginaba otras preguntas. Pero también miraba las paredes con pintura vieja, los afiches gremiales, los nombres en los expedientes.
A veces pasaba algún empleado o empleada y me miraban. Y yo miraba con cara de nada.
Cuando volvía a entrar miraba las caras a ver si estaban conformes o disconformes de lo que habían acordado sin mi pero sobre mí. O mejor dicho sobre mis respuestas. Pero no podía verlas demasiado. Yo debía mirar siempre al escriba y no a quienes estaban atrás mio. Era hasta psicoanalítica la situación. Pero era clara. Otros preguntaban, yo le respondía al que escribía.
Con estas raras circunstancias pasé la hora de la audiencia.
Cuando terminó, imprimió mi testimonio y me lo dio para que lo lea. Corregí dos cosas y lo firmé. Me devolvió mi documento, le dí la mano a todos y como si nada, me retiré.
Quedé algo cansada, la tensión del responder, de qué decir y cómo, de encontrar las mejores respuestas a las peores preguntas. Bajé las escaleras señoriales de mármol y ya en la calle prendí un pucho. Miré los rostros de quienes entraban y salían. Muchos debían ser testigos como yo, otros acusados y otros acusadores. Abogados, ciudadanos, empleados públicos. La marea de hombres y mujeres jugando a hacer justicia. Miraba la puerta y no pensaba en nada aún.
Ya había emprendido la vuelta a mi día y empezó a rondar por mi cabeza esto de ser testiga. De testificar sobre un hecho por la simple razón de haber visto o participado del hecho. Y pensaba en la subjetividad del testimonio más allá de la objetividad del hecho.

Somos constantemente testigxs de todo. ¿Seremos testigxs de nosotrxs mismxs? ¿Las acciones que hacemos pueden ser atestiguadas por nosotrxs mismos? ¿O será que la existencia de testigxs valida quién somos o que hacemos? Si nadie ve lo que hago entonces.. ¿realmente lo hice o sólo es una idea que yo misma imagino de mi misma? ¿Es unx porque esta un otrx?
No logré responderme del todo, lo que sí ocurrió es que fui testiga.
Y fue muy divertido.

Aclaración: Busqué la palabra “testiga” a ver si existía. Y no, es “la” testigo. Pero la palabra “testiga” es tan divertida como serlo, así que decidí dejarlo.

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