jueves, 24 de abril de 2014

Fundamentos de la nada

Desde pequeños transitamos un camino de aprendizaje que nos lleva a construir un sinnúmero de respuestas para otro sinfín de preguntas.
Esas respuestas motivan la razón y se pierden en senderos inconsistentes cuando la pregunta se formula con el deseo inútil que no llegar a ningún lugar.




Una persona molesta. Otra persona (relacionada afectivamente) observa la molestia.
Pregunta: ¿Qué te pasa?
Respuesta: Nada
Tanta sencillez insulta hipocresía. O nada.

Una persona mira un punto fijo. Otra persona (relacionada afectivamente) observa la mirada.
Pregunta: ¿En qué pensas?
Respuesta: En nada.
Tanta sencillez expresa agobio. O nada.

Una persona molesta. Otra persona observa la molestia.
Pregunta: (no hay pregunta)
Respuesta: (no hay respuesta)
Tanto silencio es la nada. O algo.

Una persona mira un punto fijo. Otra persona observa la mirada.
Pregunta: ¿Tenés hora?
Respuesta: No
Tanta claridad no necesita nada. O todo.

La nada es una incógnita difusa. Sea la encontremos en la pregunta, o en la respuesta o que simplemente no este. Es creadora de imágenes subjetivas de una realidad tan propia y tan distante a la ajena, que asusta. Y asusta porque es única, porque crea mundos de fantasías incontrastables.  Deseamos ese mundo para guardarlo para nosotros mientras se responde con la nada o no se responde nada. Deseamos construir el mundo del otro preguntando solo para imaginar lo que queremos.
La nada es el silencio, los gritos, los llantos, los misterios, los enojos. Es abrazar las piedras. Es frustración y es temor. Es correr debajo de la lluvia mientras escuchamos acordes y llueven letras.
Pero además la nada es nada.
Y en la mayoría de los casos, eso nos alcanza.



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