domingo, 27 de septiembre de 2009

Mi problema con la duda

De catártico a esperanzador escribo las palabras que a continuación han de ser leídas (o no).
Tal vez sea eso del “o no” o lo del “tal vez”.
Se convierte así la duda en certeza cuando un “tal vez” se arranca a cambio de un sí o de un no rotundo.
Mi propio imaginario interno, al que han denominado creencia, insiste en sostener la certeza como base de mis pensamientos. Las palabras, cuando brotan de los dedos, son la extensión de las neuronas que a veces no pueden hacer sinapsis y refutan inexplicablemente la certeza proveniente de la cabeza. (Obsérvese el “a veces” anterior, sin duda dos palabras lindantes con la duda, valga la redundancia escrita). Indefinición de dedos.
Tengo dedos dudosos frente a creencias de certeza. Casi inentendible. (Obsérvese la palabra “casi” actuando como medio de duda por el simple hecho que expresa algo que está por ser, que estuvo por ser o estará por ser)
Si la creencia incita al pensamiento de una vida bajo certezas y la creencia no es más que un abstracto que formo para lograr tener o pensar lo que me conviene, entonces debo encontrar una certeza en los dedos. Esos dedos que expresaban la no creencia, llámese entonces, dedos concientes.
El “tal vez”, el “o no”, el “a veces” y el “casi”, sólo como ejemplos expuestos en ésta breve reflexión, son consecuencias de dedos refutadores de neuronas creyentes.
Felicito a mis dedos, advierto a mis neuronas.
O no.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Historia de un baño público (y lo que queda en él)

Salí del baño y les comenté “¿Porqué a uno le da mas asco ver caca en las paredes del inodoro en una casa conocida que en un baño público? ¿No debería ser al revés? Luego, debatimos un rato al respecto como si la pregunta fuera filosófica.
La copa de A. giraba en sus manos intentando airear el vino. Me preguntó: ¿te conté lo que me pasó el otro día? Ya se lo había contado a su marido. El, se había reído mucho, sobre todo porque en su imaginación había llegado a pensar en una cola de caballo.
Y relató:
“Desde que tuve al nene algo ocurrió con mis órganos, tal vez se movieron por adentro, y se me cambió el metabolismo. Ahora tengo tránsito rápido (te acordás ¿no? lo que me costaba cagar). Es más, tomo un yogurt y tengo que salir corriendo al baño. Por lo general luego de desayunar mi panza empieza a hacer ruidos y listo, derecho al inodoro.
Cuando tengo que ir a trabajar y al tener que estar pateando en la calle todo el día evito tomar mate a la mañana. B. se levanta y hace el desayuno para los tres entonces mientras intento abrir mis ojos (cosa que es imposible, me tienen que despegar con una espátula) él me pregunta: ¿Café o mate? Y yo le respondo que café B. que tengo que ir a trabajar.
El otro día fue terrible. Me levante y tuve que salir corriendo para llegar a tiempo a encontrarme con dos compañeros a una determinada hora. Terminé de desayunar, agarré mi cartera con todos los papeles y salí corriendo. No tuve tiempo de ir al baño. Al final, estas dos personas no vinieron y me apuré al pedo. Pero el hecho es que ya estaba en la calle así que continué con mi día. Empezaron a darme ganas de ir al baño, ya en el tren imaginé ir al baño de Once y listo. La verdad es que tenía que apretar el culo para no cagarme encima. Sufrí todo el viaje.
Cuando llegué a la estación corrí al baño. La cola que había era enorme y pensé que si me quedaba haciendo cola todo ese tiempo pensando que me estaba cagando, me iba a cagar en serio. Me fui. Era mejor continuar el viaje. Tenía que ir hasta Núñez en donde está la oficina. Cuando llegué pensé en ir allí pero la verdad es que el bañito que tiene es demasiado pequeño y por sobre todas las cosas no confío demasiado en el botón. Tira, pero demasiado suavecito y me daba cosa dejar en la oficina mis soretes dando vueltas o bien tener que internarme en el baño para tirar una y mil veces el botón para luego salir diciendo… je, es que no se me iban los soretes, no me traerían un balde? Mejor que no. Así que fui al baño a hacer pis (apretando el culo a morir para evitar cagarme) y como ya sabía que la única toallita de papel que tenía no me iba a alcanzar para limpiarme, cuando encuentre un baño público, saqué bastante papel higiénico y me lo llevé.
Salí de la oficina luego de un rato con la única intención de encontrar un baño. Por suerte a una cuadra más o menos, en Libertador y Ruiz Huidobro, había una estación de servicio. Me fui corriendo hacia ella derecho.
Estaba realmente asqueada de tener que cagar en ese baño. Tenía miedo de ensuciar todo y salpicarme a mi misma no sólo con mi caca sino con la que esté de antes pegada en ese baño. Pero no podía más. Así que olvidé todo lo que me rodeaba y me cagué todo de parada. Paf, pum, paf. Que placer lleno de asco.
Me limpié con el papel que me había llevado de la oficina (apenas si alcanzó… viste que cuando uno no tiene mucho papel y mientras lo vas doblando terminas limpiándote con un dedo) y luego me lavé las mano miles de veces mientras sentía ganas de vomitar. Así que bueno, por suerte no salpiqué nada…”


La explicación de la cola de caballo (un caballo que con su cola desparrama caca para todos lados) no hizo más que continuar mi ataque de risa.
Una esponjita de baño a la derecha, por favor.

Lamento no haber grabado la historia, así poder darle mayor textualidad de la relatora, de cualquier manera, intenté ser lo más fiel posible.

domingo, 13 de septiembre de 2009

FIN-AL

Pícoli aparece sentado en su silla. Analiza la situación.
Está vestido de traje negro, camisa blanca y corbata gris. Sus manos juegan con una lapicera de pluma.
Dos horas antes habían lo habían llamado.
-“Señor, la mesa está servida” y cortaron abruptamente la comunicación.
Necesita comer algo liviano y fácil de digerir. Era casi la una de la tarde y su estómago comenzaba a pedirle comida. La lapicera baila alrededor de sus dedos, mientras el segundero está por llegar a las doce y marcar la hora exacta.
Una hora y media antes lo habían llamado
-“Señor, la mesa está servida” y cortaron abruptamente la comunicación.
Siente calor y comienza a desatarse la corbata gris. La temperatura aumenta progresivamente a medida que pasan los minutos.
Desabrocha el botón superior de su camisa y deja caer la lapicera bajo la silla. Se agacha para buscarla y se marea.
Una hora antes lo habían llamado.
- “Señor, la mesa está servida” y cortaron abruptamente la comunicación.
Mareado cae pesadamente al piso y el calor cada vez es mayor apenas pasados tres minutos de la una. Su estómago desprende extraños ruidos. Logra agarrar la lapicera con su mano derecha. El segundero cada vez es más ruidoso.
Media hora antes lo habían llamado.
- “Señor, la mesa está servida” y cortaron abruptamente la comunicación.
Intenta levantarse sosteniéndose con la pata de la silla. El esfuerzo lo agota y toda la habitación gira ante sus ojos. La boca seca. Sed. Olvida los ruidos de su estómago.
La lapicera sigue jugando en sus dedos. Es la una y cinco minutos. El calor es agobiante y todo se vuelve brumoso.
Suena el teléfono. Estira su cuerpo para llegar a él mientras se sostiene con la pata de la silla. Atiende sin fuerzas y el auricular besa su oído.
- “Señor, la mesa está servida” y se oye un disparo.

El reloj marca la 1:10 hs. Un cadáver yace bajo la silla.
Tiene una lapicera de pluma entre los dedos.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El sello de Roberto

Roberto sella todo lo que se le cruza por el camino. Roberto, para poder lograrlo mandó a hacer miles de sellos. Roberto los guarda en cajas rotuladas. Roberto combate la burocracia. Es Roberto, el sellador.

A propósito de las SAD

Estos últimos días, los clubes son parte de la disputa ideológica que tiñe esta previa de ballotage presidencial. Frente a la reaparición de...