martes, 24 de febrero de 2009

Cera, maní, paraguas y bichos bolitas

Ya no queda nada de tiempo para encontrar la respuesta a la pregunta mas preciada.
Estamos a punto de encontrar la respuesta y sin embargo metemos la cabeza adentro de la tierra como lo hace cualquier aveztruz.
Descreo de la palabra cuando se dice por obligación.
Odio los hombres que parecen saber todo y entender todo.
Odio las respuestas encontradas porque es el camino más fácil.
Odio cuando la vela se me cae del platito y mancha el mueble.
El problema de ello es esperar a que se seque. Lo mismo pasa con la cera depilaria.
Si nunca se te cayó un poco de cera caliente en el piso, no sabés nada de la vida.
La cera necesita enfriarse para lograr despegarla como entera. Sino esperas que se seque el problema se convierte en insolucionable. No hay manera lógica de dejar limpio el punto exacto donde cayó la cera si aún ésta está caliente. Todo se transforma en una pasta imposible de unificar. Y te queda pegada en los dedos. Sea cera de vela o de pelos.
Odio los maníes cuando se transforman en piel.
No hay manera de encontrar un maní en medio de un recipiente lleno de cáscaras.
Lo peor es que si lo encontrás, primero debés comerte las cáscaras que quedan adosadas en los dedos. O soplar. Soplar para que vuelen.
Odio el encendedor que cuando se prende se apaga. Esos, que sacan llama enorme y la misma va casi inmediatamente impidiendo encender lo que se necesite. Y encima hacer una exploción casi sutil. Pluf. Y muere la llama. La llama se convierte en vacío y en imposibilidad de encender.
Odio el paraguas que llevás cuando llueve. Y si lo llevás, no llueve. Y si llueve hay viento y se da vuelta. Y tiene flores o es negro. Parece una sombrilla contra un sol inexistente. Lo perdés. En general queda perdido en la casa de alguien, en el colectivo o en algún lugar en donde la lluvia se conivirtió en sol. No sirve.
Odio el sol. Cuando sale y parece escupir rayos de calor sólo por autoridad. ¿Porqué el sol está mejor visto que la sombra? ¿Quién fue el cráneo que nos hizo creer que con el sol sonreímos y con la lluvia lloramos? No es necesario llorar con la lluvia, ya esta mojada. Es redundancia.
Y odio el bicho bolita. Porque se enrolla cuando lo tocás en vez de picarte. Un pacato.
Ya no queda nada de tiempo para encontrar la respuesta a la pregunta mas preciada.
¿El lanzamiento de jabalina es ilegal?

domingo, 15 de febrero de 2009

3 noches, 3 historias (crónicas de viaje)

Contar las cosas que nos pasan puede llegar a ser algo aburrido y si nos ponemos a hilar fino, hasta algo egocéntrico. Esto es así ya que uno presupone o da por sentado que a alguien le puede interesar la vida que uno vive o revive.
A pesar de lo expuesto, y no sólo por egocentrismo sino también por testarudez, quién escribe insiste en contar situaciones vividas.
Si hay algo que he aprendido éstas últimas décadas es a ser testaruda. Si en el eje de mis ojos se presenta algo de interés, ese perdió (o ganó) puesto que mi testarudez en periódo de apogeo obliga a la pérdida energética casi total de la víctima; sea persona, cosa o viento.
Tanta perorata agotadora tiene por objetivo presentar la hipótesis de la sorpresa como medio de descubrimiento y de cómo el punto en el que todo parece malo o de mala suerte puede convertirse en un espacio de sonrisa y disfrute.
A continuación tres noches seguidas de sucesos teñidos de mala suerte en un tipo de mirada pero divertidos a otra. Nunca me sentí sin suerte sin embargo.

Febrero, noche del 6 al 7, Río Colorado (Límite entre La Pampa Y Río Negro)
Llegar a un pueblo desconocido luego de caído el sol sienta a uno en un mar de dudas a cerca de de la ubicación del mismo. Porque nada se ve. En general, uno ve desde la ruta el camino de entrada y un cartel que dice según el gusto (o mal gusto) de sus integrantes, el nombre. Existen innumerables tipos de cartel. Algunos son como arcadas de metal con el nombre escrito arriba, otros estan hechos monumento en una plazoleta, a veces son un cartel en medio de la calle y otras el nombre se forma con flores. He visto algunos que ni siquiera tienen nombre, pudiendo deducirlo gracias al almacén de la ruta que reza "Almacén Las Rosas" y uno, que cree ser inteligente por ésto se dice: estamos en Las Rosas.
Así llegué entonces a Río Colarado. Me recibió un cartel de cemento en el piso que afirmaba serlo.
La noche entrada en estrellas parecía darle un tinte de más perdido de lo que sería en realidad. Necesitaba ir al baño y descansar. Y por qué no tomar una cerveza. No hay pueblo por más pequeño que sea que no tenga un barsucho en donde hacerlo. Hasta hoy. El centro consta de tres cuadras que desembocan en una plaza con asientos al revés. Sería algo complejo de explicar y no tendría sentido hacerlo. La plaza tenía una calesita a donde no parecía haber nadie para dar vueltas, ni siquiera alguien que la haga funcionar, aunque salía música folcklorica extremadamente alta. Nunca entedí de donde y porque esa música en una calesita. Hacia el otro lado de las tres cuadras una pequeña plazoleta lindante con una vía de tren. Un tren que tal vez no existe.
Las posibilidades certeras de descanso, de pis y de cerveza estaban acotadísimas. Ya eran las once y media y ese pueblo de frontera era un fantasma, tal vez ni siquiera era real.
Un kiosco en una esquina alentó mis energías. Entré y parecía un kiosco de ciudad. Pedí unas toallitas descartables (llámese "Carilinas") y con extremo lamento, la señora me dijo que se había quedado sin ellas. Raro pensé. Acto seguido me informó de la desgracia. Parece que había muerto un joven conocido durante el día. La gente triste, había abarrotado el kiosco citadino para hacerle honor a sus lágrimas. Sold out. Con razón no había nada abierto. Salí de allí y me detuve en los negocios y tenían carteles de "cerrado por duelo".
Era el colmo de la desolación. LLegar a un pueblo en el medio de la nada, un pueblo que no tiene nada y encima que esté de duelo. El extremo de la nada misma.
Casi de última agaché mi cabeza y a la distancia vi unas mesas lejos de la calle principal. Caminé hacia allí. "La casa del reloj". Y abierto. Era el oasis en medio del desierto. Me senté y pedí cerveza y fui al baño. Descansé y me nutrí de la historia del reloj y de los relojes colgados por toda la pared. Eran monótematicos con el reloj. ¿Tendrían un problema de tiempos?
Fantasmas, duelos, realidades y cerveza fría.

Febrero, noche del 7 al 8, viaje desde Bahía Blanca a Mendoza capital
Mi abuelo era lechero. Se llamaba Eusebio Fernández. Nació en las montañas. En Andalucía. Arreaba ganado bovino y no sabía demasiado leer y escribir. Nunca pudo pronunciar semáforo ni hormiga. Le salían mal. No lo viví muchos años, mi recuerdo es lejano. Tenía grandes orejas y escupía los dientes cuando tosía. Tal vez no siempre, sólo es mi recuerdo. Se vino de España y continuó su tarea de "pastor" vendiendo leche. Tenía un carro y llenaba las botellas de vidrio que ubicaba cuidadosamente en cajones. Paraba en cada casa y dejaba el desayuno en el barrio de Caballito y en otros más. Todavía queda en la casa paterna el termómetro que usaba para saber la temperatura de las botellas. Una reliquia, parece.
Hoy no existen más los lecheros en Caballito, y casi que en ningún lado. Claro, no ex
istían, hasta esta noche.
Me subí al micro que me llevaría a mi próximo destino. Salió cerca de las nueve de la noche. Apoyé mi cansado cuerpo en la butaca y me preparé mate. Mi compañero de viaje era de lo mas antipático que he visto. Lo único que logré sacarle fue un hola bajito. Inconsciente de mi futuro en la butaca imaginé estar en unas horas en Mendoza. Error. Grave error. Era el único pasaje que conseguí, la única empresa. Pero nadie me advirtió lo que ocurriría.
Había logrado encontrar pasaje en el famoso micro "lechero". Definición: Dícese del micro de larga distancia que va por absolutamente todos lo pueblos y se caracteriza por ir descargando y cargando pasajeros de la misma manera que lo hacía mi abuelo en Caballito con las botellas de leche llenas y vacías. Te ganaste la lotería.
Noté ésta particular característica ya a los pocos kilometros cuando paró en Gral. Daniel Cerri. Al rato algo mas largo, con mi mate ya lavado se detuvo en Chasicó. Ya de noche aunque aún en Buenos Aires, paró en Villa Iris. Subió y bajó bastante gente, imaginé una ciudad importante para la zona. Está cerca de la frontera con La Pampa. Tal vez sea eso.
En La Pampa no hay mucha población, eso no es secreto de estado ni mucho menos. Tampoco hay muchos pueblos en comparación con otras provincias. Sin embargo, todos los existentes fueron parada de mi querido lechero.Gral. San Martín, Bernasconi, Perú, la famosa capital Santa Rosa y Eduardo Castex que no tiene nombre de pueblo sino más bien de escribano garca. Y Realicó. Dejamos La Pampa, muy poco humeda según se cuenta por ahí. A todo ésto la gente se lavantaba, sonaba el celular, buscaba su butaca y hacía un carnaval entrerriano.
Coqueteamos con Córdoba y su Villa Huidobro. Mi compañero dormía como si le hubieran pegado un masazo en la cabeza. Y no decía nada.
San Luis, la tierra de los Saa nos acompañó con sus paradas en Justo Darak, en Villa Mercedes y en el propio San Luis. Allí pude bajarme y recorrer. La mañana sanluiseña me afirmo que llegaría a cualquier hora a destino, pero no me importó.
El Río Desaguadero divide San Luis de Mendoza. Río pobre como el pueblo.
Visitamos en mi provincia destino La Paz, La Dormida, San Marín y ya en la autopista citadina Maipú, Villa Nueva y Godoy Cruz. Y llegamos a Mendoza. Casi que no reconocí a nadie que había salido conmigo en Bahía Blanca. Todas eran caras nuevas. Todas, menos la de mi compañero de butaca que ni siquiera me dijo chau.
Por un momento, mi abuelo y yo fuimos lecheros. Y lo disfruté.


Febrero, noche del 8 al 9, viaje de Mendoza a San Rafael y San Rafael
Copiloto es mi segundo nombre. Me llamo Gabriela Copiloto Fernández. No sé porque nunca acopañé a algun piloto de TC o de Rally y aún no sé porque no hay una carrera universitaria que se llame "Licenciatura en Copilotía". Amo los mapas, la noche en la ruta y el mate nocturno hecho en la oscuridad con repasador sobre las faldas y haciendo malabares para servir el agua sin tirar nada afuerta. El micro y la copilotía no van de la mano. Uno es como una tribu de dormidores compulsivos babeándose algo desgarbados en una butaca usada por miles y miles de viajantes.
El micro a San Rafael era hermoso, no por nuevo sino porque era todo de madera y telas en las paredes y cortinitas. Parecía de otra época. Me senté en el asiente 50. Mucho sol pero no cerraba las cortinas para ver el paisaje. Los choferes, mendocinos graciosos, le hacían chistes a todos y no fui la excepción. Fui a preguntarles por una ubicación a ver si podía cambiarme y me negaron la posibilidad. Todo bien, igual. El no siempre está. Se los escuchaba reir por el pasillo que daba a la ca
bina. Se divertían.
Yo, en mi asiento. Luego de diversas paradas. Pararon en San Carlos. Se detuvo más de lo normal y se veía un movimiento raro. A lo lejos espiaba a los dos choferes con gente de la empresa y una señora con una nena hablando efusiva y desesperadamente. Se acerca uno de los dos choferes hasta la puerta y me hace señas que vaya. Yo? pregunté (con señas) Sí, sí y con la mano flexionando hacia arriba me indicaba que baje del micro y que vaya. Miré a mi alrededor y me volvió a afirmar con la cabeza. Bajé del micro y me acerqué al grupo de gente.
El problema: la señora, pobre señora casi con lágrimas en los ojos, tenía el pasaje que decía 7:35 y evidentemente interpretó que era de tarde y no de mañana. Y no había lugar. "No tengo donde quedarme, y estoy con mi hija" decía pendiendo de un hilo triste.
¿Adónde entraba yo? Parece que tengo cara de mina copada me dijeron.
La propuesta: Ceder el asiento mío a la señora con su hija y yo irme a la cabina con los choferes. Pero sólo si quería, porque ya tenía mi butaca paga.
Y yo, soy Gabita Copiloto. Cómo he de negarme? Les dije que no había problema, que cedía mi asiento a la mujer desgraciada. Mudé mis pertenencias, pasé por el pasillo que antes veía y mientras escucha a la señora diciendo "gracias, gracias" me senté en el asiento de copiloto. Ya era de noche. Mis nuevos amigos, agradecidos, me dieron los mejores servicios. Asiento cómodo, mate, un pucho si quería y alfajores varios. Charlamos, contamos las vidas de cada uno y pasé las próximas tres horas en la cabina de los choferes. Y ahora reía yo. Y tomaba mate mientras miraba las estrellas que se avalanzaban sobre la ruta para regalar naturaleza.
Llegamos a San Rafael, parece que no hay demasiada onda entre los mendocinos y los sanrafaelinos. Historias, como las miles que me contaron. San Rafael es una ciudad enorme, no lo había imaginado así. Me decepcioné un poco. No quería tanta ciudad. Pero era de noche y nada había podido ver.
Y me bajé en la terminal. Pero no por la puerta que bajaban todos. No señor.
Bajé por la puerta del copiloto, como debía ser.
Prefiero noches de azar dudoso pero interesantes que noches con cola de conejo pero iguales a sí mismas.

domingo, 8 de febrero de 2009

La terminal (crónicas de viaje)

Llegué a Bahía desde la Patagonia a la una de la tarde. De allí debo salir hacia mi próximo destino. Corrí a la boletería. Pasaje a Mendoza. Unico asiento. 38. Ocho menos cuarto.
La Terminal está alejada de todo. Tanto como se pueda imaginar. Blanca, nueva. Aún sin características de Terminal.
El capitán junto a sus dos hermosas vidas partió.
Tenía siete horas por delante. ¿Qué hacer en una Terminal durante esas horas? Evalué la posibilidad de irme al centro. Debía estar a un colectivo local de distancia. Me imaginé cargando el bolso para ver una ciudad que en otra época había visitado y de la que no tenía recuerdos maravillosos. Mucho ruido, mucho tráfico. No era eso necesario en mi viaje. Lo descarté. Además, no tenía intenciones de entregar divisas para matar el tiempo. De hecho, no lo quería matar, lo quería vivir.
Decidí entonces quedarme en la Terminal. Por un momento tuve delirios cinematográficos y me imaginé siendo Tom Hanks. Me vi viviendo imposibilitada de salir y usando las instalaciones. Lástima la blanca escasez. No tenía varios pisos ni subsuelos. Los boxes de cada empresa se instalaban en fila, pegados unos a otros prolijamente. Una confitería y una heladería a donde no había nadie. Dos entradas y dos baños. Sillas para esperar como en todos lados. Negras, en opocisión al blanco preponderante. Poca gente o mucha Terminal.
Escuchando La memoria de León Gieco en mis auriculares casi parecía una ironía el vacío. El vacío de construcciones blancas y de algún que otro micro perdido.
¿Por qué esperar sin árboles? ¿Por qué esperar en una pared blanca? Esa pared que parece carecer de sentimientos opuestamente al árbol que se deja acariciar moviendo sus hojas en respuesta a una brisa. Ese que responde a mis soplidos.
Tenía libros, tenía papel y lápiz. Me tenía. Tenía ojos para observar cada detalle. Tenía mate y algo de pan y fiambre sobrante de ayer a la noche. Tenía imaginación y oídos con música. Tenía tranquilidad y felicidad. Tenía manos y sensaciones. Tenía libertad.
Qué son entonces siete horas. Paso siete horas y muchas más sin sentir que las paso.
Ya escuchando No way back de Foo Fighters, habiendo comido los improvisados sándwiches y tomado mate. Ya habiendo visto, entendí que no estaba esperando el bus. Sólo estaba viviendo el timpo.

Entonces conocí a Norma. Mujer de 57 años, 6 hijos y oriunda de Punta Alta. Se había acercado junto a su marido a reclamar la devolución de un dinero por un pasaje desde El Calafate que el pequeño de 17 años de la familia no lo usará finalmente. Parece, que el de 29 años se fue a trabajar allí con su mujer y su pequeño bebé, y Walter fue a visitarlos unos días. Walter cayó como peludo de regalo me contaba Norma. Estaba haciendo unas cosas de la casa y se cayó de la escalera. Asustada por el desmayo fue al médico quién sólo atinó a felicitarla y decirle que estaba de 2 meses. Tenía 40 años y no imaginaba volver a ser mamá.
La que le sigue es Laura de 26 años. Vive en pareja con un salteño, Marcelo, y tienen un pequeño de cinco años. Fue el primer nieto. Nació prematuro, apenas sobrevivió. Hoy anda bárbaro aunque nunca logró ver. Norma me dijo “Se enloquece con su abuelo y cuando no lo oye dice que quiere jugar con él y aunque esté allí tiene que llamarlo… porque el nene no ve, viste?”
Marcelo y Laura se conocieron porque ella tenía un plan del gobierno a los 16 años que hacía repisas de madera. Marcelo iba a llevarle mercadería. El se enamoró de ella. Tenía 22. Fue rechazo varias veces sobre todo porque era más grande y por petizo. Pero luego, parece que cedió y hoy hace casi diez años que están juntos.
El resto de sus hijos son albañiles. El de 34 tiene tres hijos y una mujer. El de 32 es soltero y parece, según Norma, que no le gusta para nada trabajar. Gastón su nombre. No mencionó demasiado al de 27, tal vez ni mencionó su nombre. Gastón, Walter y el de 27 viven con ella aún.
Norma trabaja por horas. Lo hace en cuatro casas distintas. Según me confesó en vos baja tiene que trabajar por que el marido no le pasa demasiada plata. Y plancha, le encanta planchar.
Los años, los hijos, el trabajo y el marido le pesan en la cara. Arrugada y con marcas de impresión. Pero sonríe, Norma siempre sonríe.
Me invitó a su casa. Me pasó el teléfono y la dirección que anote cuidadosamente en mi cuaderno. “Vení cuando quieras, cuando tengas un rato… así conoces mi familia y Punta Alta que es hermoso”
Salieron hacia la oficina de informes para averiguar lo del pasaje. No imaginé volver a verla. A los diez minutos, apareció Norma corriendo casi pícara. Se acercó, me abrazó tan fuerte como una madre a su hijo, me dio un beso, me dijo que rezará por mi y me dijo: “te quiero mucho… si, creelo… te quiero… y vení que te estaremos esperando” Y se fue con su marido rumbo a Punta Alta, nomás.

Ayer escuché una frase maravillosa de Larralde que dice algo así como “uno no ve los ojos de un chico cuando pasa corriendo”…
No necesitaba esperar, ni correr y aunque aún faltaba un rato para emprender mi nuevo viaje, estaba emocionada de vivir una Terminal sin árboles.

Bahía Blanca, 07/02/09

A propósito de las SAD

Estos últimos días, los clubes son parte de la disputa ideológica que tiñe esta previa de ballotage presidencial. Frente a la reaparición de...