Lo hacían por horas, mientras trataban de encontrar estrellas nuevas. Se les hacía muy difícil porque cada noche titilaban otras distintas.
El titilar de las cosas hace a la intermitencia y permite estar y no estar en apenas segundos. Para ellos ese titilar era irreal porque no había ausencia.
En la noche comprendían que el cielo era lo que les daba razón a estar. Cuando las nubes tapaban todo, ellos seguían mirando sólo porque de noche tienen un color distinto al de día. Ese color indefinido pero nunca blanco o negro les inspiraba el deseo de la lluvia para que vuelvan las estrellas y que la oscuridad clara les volviera las estrellas que titilan.
No es el cielo, es la permanencia de las cosas por sobre todo lo que titila.
Y la permanencia no es necesariamente estática. Es ser. Siempre.
Ellos solían mirar hacia el cielo.
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