sábado, 6 de julio de 2019

Bollito de papel

Estábamos sentados en medio de la casa cuando sonó la alarma de la habitación. Nos gustaba sentarnos en ronda a pensar ideas para escribir. Siempre somos los mismos. Marcela, Juan, Alvaro y yo. Nos habíamos encontrado mientras estudiábamos en la facultad. Marcela nunca la terminó. Nos faltaban unas 6 materias y decidió que no era lo que quería. Es por eso que siempre vemos en ella un ser superior. Todo lo que dice nos parece perfecto. Tiene una forma de creer las cosas y de actuar sobre la creencia que nos hace sentir muy deficientes en el cumplimiento de los propios deseos.
Con 6 materias sin dar, Marce se puso a estudiar salsa cubana. Mientras nosotros seguimos el camino de los libros ella se paseaba por los boliches cubanos para aprender y bailar hasta largas horas de la noche. Había uno ahí, frente al Paseo La Plaza que no me acuerdo como se llamaba. Y ella iba religiosamente cada viernes. Alvaro solía ir con cualquiera de sus novias de turno, mientras que Juan y yo preferíamos estudiar.
Álvaro no sabía para que estudiaba en realidad. Sólo le importaba conocer gente y especialmente chicas para ir a bailar cubano o la cultura que sea. Era un año más chico que nosotros y siempre se jactaba de su juventud y de nuestro aburrimiento. Marcela consideraba a Álvaro un caso perdido. Imaginate que ella tenía tanta claridad con las cosas que ver un pibe que sólo iba a estudiar para ampliar su vida social y amorosa, le parecía espantoso.
Igual se querían. El y su liviandad, ella y su convicción. Muchas veces imaginamos que iban a vivir juntos para siempre. Dicen que los opuestos se atraen, y aunque suele ser así, en el caso de ellos era amistad pura. Disfrutaban los viernes cubanos como su espacio de encuentro deformado y eran un poco más felices de verse. Por mi parte siempre odie bailar cubano. Y con Marcela tenía sentimientos encontrados, aunque una vez de tanto insistir la acompañé. Me aburrí como nunca. Alvaro estaba pero con compañía, así que terminé pidiendo un taxi a eso de las 3 de la mañana y me fui a mi casa.
Juan nunca fue. Era un tipo callado y silencioso. No sabíamos bien que opinaba de nadie ni de nada. Era todo lo opuesto a la efusividad de Alvaro o la verborragia de Marcela. Juan era como bueno, nada le parecía mal, aunque nada le parecía bien. Quería recibirse porque sus padres y con tanta obligación no paraba de estudiar nunca. Nunca nos animamos a preguntarle demasiado o a plantearle si estaba contento con estudiar lo que estudiaba. Incluso si era feliz. Tampoco creo que hubiéramos obtenido respuesta a la pregunta.
Yo lo quería mucho (lo sigo haciendo). En realidad todxs lo queríamos mucho.
Juan se recibió el mismo día que yo y no festejamos. El porque no le importaba y yo porque me olvidé de avisar y organizar la fiesta.
Yo soy muy olvidadiza, no suelo recordar nada de lo que tengo que hacer o no hacer. No me gusta salir y no me gusta demasiado la gente. Por eso desde el principio me llevé bárbaro con Juan. No me preguntaba nada, no me opinaba nada. Hacíamos lo que debíamos y luego de terminar la clase o el estudio, casi sin hablar nos íbamos a algún lado a tomar un café. Marcela se reía de nosotros y decía que éramos los más aburridos del mundo.
Por suerte el tiempo nos sigue jugando a favor y ahora nos juntamos a pensar en que vamos a escribir la próxima semana. Tenemos un reloj que dejamos en la habitación. Siempre nos juntamos en la casa de Marce. Ponemos la alarma que suene a la media hora y arrancamos a decir el porqué y para qué elegimos los temas que elegimos. Cuando suena la alarma nos callamos. Quedamos en silencio. Los cuatro, en ronda escribimos una palabra que nos parezca la conclusión de lo que hablamos. Hacemos un bollito y se lo damos a Álvaro, que lo pone en sus manos y la sacude. Luego, las tira al aire como si fuera papel picado y caen dentro de la ronda que formamos. Por una decisión conjunta, aquel papel que cae más cerca del pie derecho de Juan, es el que elegimos. Marce es la encargada de abrirlo y leer. La palabra escrita es la guía de las palabras de la semana.

Y escribimos, mientras Marcela baila salsa cubana, Alvaro no sabe porque escribe, Juan escribe para llevarle a sus padres y yo, escribo porque me olvido porque no hacerlo.

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