Estábamos
sentados en medio de la casa cuando sonó la alarma de la habitación.
Nos gustaba sentarnos en ronda a pensar ideas para escribir. Siempre
somos los mismos. Marcela, Juan, Alvaro y yo. Nos habíamos
encontrado mientras estudiábamos en la facultad. Marcela nunca la
terminó. Nos faltaban unas 6 materias y decidió que no era lo que
quería. Es por eso que siempre vemos en ella un ser superior. Todo
lo que dice nos parece perfecto. Tiene una forma de creer las cosas y
de actuar sobre la creencia que nos hace sentir muy deficientes en el
cumplimiento de los propios deseos.
Con
6 materias sin dar, Marce se puso a estudiar salsa cubana. Mientras
nosotros seguimos el camino de los libros ella se paseaba por los
boliches cubanos para aprender y bailar hasta largas horas de la
noche. Había uno ahí, frente al Paseo La Plaza que no me acuerdo
como se llamaba. Y ella iba religiosamente cada viernes. Alvaro solía
ir con cualquiera de sus novias de turno, mientras que Juan y yo
preferíamos estudiar.
Álvaro
no sabía para que estudiaba en realidad. Sólo le importaba conocer
gente y especialmente chicas para ir a bailar cubano o la cultura que
sea. Era un año más chico que nosotros y siempre se jactaba de su
juventud y de nuestro aburrimiento. Marcela consideraba a Álvaro un
caso perdido. Imaginate que ella tenía tanta claridad con las cosas
que ver un pibe que sólo iba a estudiar para ampliar su vida social
y amorosa, le parecía espantoso.
Igual
se querían. El y su liviandad, ella y su convicción. Muchas veces
imaginamos que iban a vivir juntos para siempre. Dicen que los
opuestos se atraen, y aunque suele ser así, en el caso de ellos era
amistad pura. Disfrutaban los viernes cubanos como su espacio de
encuentro deformado y eran un poco más felices de verse. Por mi
parte siempre odie bailar cubano. Y con Marcela tenía sentimientos
encontrados, aunque una vez de tanto insistir la acompañé. Me
aburrí como nunca. Alvaro estaba pero con compañía, así que
terminé pidiendo un taxi a eso de las 3 de la mañana y me fui a mi
casa.
Juan
nunca fue. Era un tipo callado y silencioso. No sabíamos bien que
opinaba de nadie ni de nada. Era todo lo opuesto a la efusividad de
Alvaro o la verborragia de Marcela. Juan era como bueno, nada le
parecía mal, aunque nada le parecía bien. Quería recibirse porque
sus padres y con tanta obligación no paraba de estudiar nunca. Nunca
nos animamos a preguntarle demasiado o a plantearle si estaba
contento con estudiar lo que estudiaba. Incluso si era feliz. Tampoco
creo que hubiéramos obtenido respuesta a la pregunta.
Yo lo quería mucho (lo sigo haciendo). En realidad todxs lo queríamos mucho.
Yo lo quería mucho (lo sigo haciendo). En realidad todxs lo queríamos mucho.
Juan
se recibió el mismo día que yo y no festejamos. El porque no le
importaba y yo porque me olvidé de avisar y organizar la fiesta.
Yo
soy muy olvidadiza, no suelo recordar nada de lo que tengo que hacer
o no hacer. No me gusta salir y no me gusta demasiado la gente. Por
eso desde el principio me llevé bárbaro con Juan. No me preguntaba
nada, no me opinaba nada. Hacíamos lo que debíamos y luego de
terminar la clase o el estudio, casi sin hablar nos íbamos a algún
lado a tomar un café. Marcela se reía de nosotros y decía que
éramos los más aburridos del mundo.
Por
suerte el tiempo nos sigue jugando a favor y ahora nos juntamos a
pensar en que vamos a escribir la próxima semana. Tenemos un reloj
que dejamos en la habitación. Siempre nos juntamos en la casa de
Marce. Ponemos la alarma que suene a la media hora y arrancamos a
decir el porqué y para qué elegimos los temas que elegimos. Cuando
suena la alarma nos callamos. Quedamos en silencio. Los cuatro, en
ronda escribimos una palabra que nos parezca la conclusión de lo que
hablamos. Hacemos un bollito y se lo damos a Álvaro, que lo pone en
sus manos y la sacude. Luego, las tira al aire como si fuera papel
picado y caen dentro de la ronda que formamos. Por una decisión
conjunta, aquel papel que cae más cerca del pie derecho de Juan, es
el que elegimos. Marce es la encargada de abrirlo y leer. La palabra
escrita es la guía de las palabras de la semana.
Y
escribimos, mientras Marcela baila salsa cubana, Alvaro no sabe
porque escribe, Juan escribe para llevarle a sus padres y yo, escribo
porque me olvido porque no hacerlo.
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