Mientras caminaba despistado por las calles de
Villa Real, Dagoberto entendió todo. No podía seguir trabajando en la fábrica
de iluminación. La diferencia. Lo anormal. Ni siquiera la abstracción al
caminar relajaba la necesidad de volver al camino fuera de las obligaciones
impuestas. Quería ser diferente como una vez lo había pensado.
Dagoberto se llamaba Dagoberto porque su madre así
lo decidió.
Siempre creyó que su nombre era una señal. Nadie
que se llame así se llama así por nada.
Los primeros años fue difíciles. Sus compañeros
tenían profunda incapacidad de pronunciarlo. No logró que nadie lo llame por su
nombre hasta el primer día de segundo grado.
Luego fue peor. Era sujeto de cargadas por
doquier.
Ya los últimos años de escuela, su nombre dejó de
ser importante y Dago pasó a ser su nombre habitual. Pero nunca olvidó a berto. Era esencial y
elemental. Era la señal.
La señal tenía que ver con la diferencia. En una
sociedad que no transita al diferente de manera natural, se presentaba el
desafío de estar a la altura. Muchas veces aquellos que se diferencian por
alguna característica de la “normalidad” socialmente aceptada, sufren de
problemas de autoestima y deben trabajar mucho para lograr la autoaceptación y
por ende la aceptación de los otros.
Dagoberto, exagerándose, tomo la diferencia y el concepto
de anormalidad como bandera. Se construyó así mismo como un emergente de la
sociedad y en la efervescencia de sus veintipico fue parte de organizaciones de
protección y de ayuda. Participó en la APAC (Asociación de protección a los
animales de la calle), en la FCDS (Fundación Contra la Discriminación Social) y
en el PDAD (Partido Defensor del Anarquista Discriminado). Vivió en pensiones y
en plazas. Tenía dinero cuando le daban.
Y así vivió hasta casi los treinta cuando un día mientras
caminaba despistado por las calles de Villa Real, entendió todo. Tenía que
conocer la normalidad para poder reubicarse en la anormalidad. Y así consiguió
un trabajo.
Lo recibió una casa de iluminación en Pompeya y lo
abrazó durante veinte años, enseñándole la normalidad hasta el punto que olvidó
su objetivo inicial. Se transformó en un hombre normal con nombre distinto.
Apenas eso. Encontró una mujer a quien amar y tuvo hijos. Tuvo casa y auto. Se
fue algunos veranos de vacaciones. Pagó colegios privados. Festejó Navidades.
Mientras
caminaba despistado por las calles de Villa Real, Dagoberto entendió todo. No
podía seguir trabajando en la fábrica de iluminación. Y renunció para crear su propia luz. Entendió
que en un mundo tan normal no se podía vivir anormal. Entonces no tuvo voluntad
de cambiar tanto y abrió su propio negocio de iluminación. Pero quería volver a
sentirse diferente. Entonces agregó luces a trajes y así creo los trajes LED
para eventos que tan de moda se pusieron.
Ayer lo vi a Dagoberto. Estaba llamando por
teléfono y diciendo que necesitaba comunicarse con no sé quién porque
necesitaba dinero para algo del negocio. Nunca lo entendí bien y eso que lo conozco desde
chico. Una vez, sentados tomando unos vinos me contó algo sobre anormalidades y
diferencias y de porqué se llamaba Dagoberto pero la verdad, no le presté
demasiada atención.
7 comentarios:
Hermoso volver a pasar por acá. Saludos.
Gracias Jorge! Saludos!
Buenísimo !!!!
Gracias Mari Re! Dedicada a ti!
PDAD..BUENÍSIMO
PDAD..BUENÍSIMO
Buenísimo!!!
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