El Banco
Provincia de la localidad de Ituzaingó tiene tres filas para las cajas: para
cualquiera, para clientes y para discapacitados y embarazadas. La primera, es
la fila más larga y lenta. Importa llegar temprano para poder estar adelante.
Es la fila de bancate la que venga o cómo venga. La segunda, que corresponde al
cliente, es la que permite gracias al privilegio de pertenecer, transitar una
caja más rápida o al menos con menos gente gracias a los designios de las
históricas estrategias de marketing que
si bien están tan trilladas como una película de Adam Samdler, son efectivas.
La fila más llamativa es la de discapacitados y embarazadas. Supongo que quien
toma las decisiones de atención al público pensó que era una forma de agilizar la
atención de este sector específico de la sociedad.
Se equivocó.
Suele formarse
una fila más larga que la de clientes en la que se fusionan embarazadas a punto
de parir, recién operados con la bolsita de colostomía, madres con hijos down o
con problemas motrices, un par en silla de ruedas y dos o tres parturientas
más. Y mirás la fila que reza sus características prioritarias pero que termina
siendo la fila del diferente. Es rarísimo. Transformaron la prioridad, que deja
de tener sentido, para unirlos bajo un patrón común que no nos permite omitir
la génesis de la prioridad. Y en un punto tiende a discriminar.
Y pienso que de
alguna manera, es una muestra de la sociedad.
El ciudadano
medio, el que “pertenece” y el diferente.
Sólo me queda
la duda si es que los cráneos del Banco no lo ven o no les molesta.
Vaya a saber.
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