Te odio.
Te odio por lo que hacés. Por lo que pensás. Por lo que sentís.
Te odio porque salís vestido a la calle con pantalones de jean. Y porque
comprás zapatos caros de cuero ecológico.
Y por las carteras haciendo juego.
Te odio porque haces cuentas matemáticas sin calculadora y abrís libros
que nunca terminas de leer. Los haces de atrás para adelante y los olvidas,
mientras un policía en la esquina grita novedades irreales.
Te odio por el diario que lees o por el que dejaste de leer mientras esos
neuróticos titulares desangran ideas itinerantes.
Y de las otras. Las inamovibles.
Te odio porque sentís que nada sirve y que todo sirve. Que la palabra
dicha es mentira más allá que la realidad sea verdadera.
Te odio y no me importa que te quiera o te respecte. Te odio porque hay
que odiar sin odio.
La dialéctica del odio, la razón insospechada de decir lo que se dice
mientras se piensa sin decir y se odia sin pensar.
Entonces hago algo con ese odio que se convierte en energía propulsada.
Hago lo mejor que se puede hacer para extraer la miseria de un reprimido deseo
de no tener o no ser odio.
Te critico.
Te critico el sombrero que usa el abuelo y al morral del loco que ata sus
zapatillas al cordón de la vereda.
Te critico el cerebro chiquito de un gigante y el alma enorme de un perro
callejero.
Te critico la inocencia y la maldad. La hora de comer. El hombro que
apaña llantos.
Despierto deseando criticar la belleza de la niebla que atraviesa las
calles olvidadas y disfruto en secreto la vida entre signos de pregunta.
Te critico la cocina, el baño y el comedor. Me desahago en miradas
inútiles y me recompongo en manos sudorosas.
Critico el bien y el mal. No puedo decidir cuál es cual. Entonces me
siento mirando el horizonte de cemento mientras las banderas irreconocibles
flamean imperativamente.
Ya no te queda nada más, ya no me queda nada más, que deslindar las responsabilidades del odio,
imaginar las culpas en lo ajeno, la maldad en el otro, la bondad en lo que no
existe.
Las mañanas de otoño, mientras el rebaño humano transita calles
ajetreadas, se convierten en el combustible del espanto, la razón de sentarse a
ciegas a creer que nada de lo que se hace en la propia existencia es causa de
odio.
Y no te das cuenta, no me doy cuenta,
que solamente el ser, envuelto el facilismos irresponsables, describe
sensaciones de miedo y de alegría. Que el actuar transforma o describe los
pasos que damos y los caminos a seguimos.
Entender que el vínculo de vos con todo tu vos, del yo con mis otros yo,
es la metáfora del ser y del hacer.
Construir sin dañar, dañar sin destruir.
Te odio, porque me odias porque pienso y pienso que me odias porque odio.
Es un instante. Vos y yo, vos y vos, yo y yo.
Y ese instante, ese pequeño pero enorme instante, nos impide ser nosotros.
1 comentario:
Te odio aunque no quiero; me odian aunque no lo merezco.
ma' si que se vayan a cagar. :O
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