Espero la salida del sol pero faltan dieciocho minutos para que ocurra. Estoy pensando en que hacer mientras llega. Acostada, miro el techo del dormitorio. Hace frío. Sólo dejo salir de las sábanas mi nariz y mis ojos.
Ahora son dieciséis y sigo sin saber que hacer con ellos. Muchas veces me despierto un rato antes que salga el sol. Cuando me pasa (como ahora), lo considero dudoso. Trato de entender cuál es el factor que incita que mi cuerpo a despertarse. Pienso y pasan dos minutos más.
Los catorce me parecen más accesibles entonces le pido a mi pensamiento que descarte la duda a cerca de mi cuerpo. Es necesario que haga algo para no quedarme dormida. Puedo imaginar una historia y dedicarme a ella los doce minutos que quedan. Pienso en una mujer viejita que teje al lado de la chimenea mientras silva canciones que le cantaba su padre cuando era chiquita. La veo estática, concluyo que la imagen es una foto, no una historia. Al menos pasaron dos minutos más.
Otra historia me impongo imaginar. Un niño en colores sepia tiene un delantal blanco que pasea contento por Plaza Irlanda se encuentra un paquetito azul (en azul sepia) y tiene una tarjetita que dice “Cuando lo abras, abrirás mi corazón”. Cursi. Cursi el sepia, cursi la tarjetita. Desisto de esta historia y quedan ocho minutos.
Me agoto de imaginar, entonces empiezo a mirar cosas fijamente a ver si se mueven. A la derecha hay una foto de mi abuela Martha. (La miro fijo) Empieza a moverse su imagen, se convierten en dos Marthas, luego es una toda borrosa y sin forma. En fin, no es Martha, son mis ojos que mienten por el esfuerzo. No me sirve.
En poco tiempo sale el sol, tan solo en seis minutos. Y cuando sale puedo levantarme. Su presencia calma mi imposibilidad. El problema: Sino encuentro algo para pasar el tiempo, no pasa nunca. Entonces comienzo a sacarme las medias de lana. El pie derecho saca la media izquierda. Y al revés. La actividad física hace desaparecer dos minutos más.
En breve podré levantarme. (¡al fin pasó el tiempo!) Puedo pensar en mi desayuno. Poner la pava en el fuego mientras bato mi café con dos cucharadas de azúcar y leche en polvo. Tostar pan lactal. Sacar de la heladera queso crema y mermelada.
Saborear mi desayuno hace que gane dos minutos más.
Va a sonar el despertador y va a salir el sol en exactamente dos minutos.
No falta nada.
Ahí comienzo a pensar diferente. El frío cada vez es más fuerte. La hendija de la persiana es cada vez más pequeña y mis deseos de desayuno desaparecen. Mi sábanas se trasforman cada vez más en brazos de ángeles.
Ya salió el sol y se esfumaron los dieciocho minutos Es el fin de la espera.
Pero así y todo, decido no levantarme. La espera, fue inútil. El pensamiento, fue inútil. Inclusive Martha lo fue. Hace demasiado frío, la mejor opción ahora es volverme a dormir.
Entonces lo hago.
2 comentarios:
lo peor es despertar y salir de engtre las colchas, pueden pasar minutos, horas, años y nunca quiero levantarmeeeeeeee ajjaajja muy bueno el blog Gabita, bss
Si, es terrible dejar las sábanas por la mañana.. sobre todo cuando el invierno llama a nuestras puertas!
Gracias Alfonsina por pasarte y que te guste el blog. Espiaré el tuyo. Cariños!
Publicar un comentario