Me miraba desentendida de la respuesta a esa pregunta tan necesaria que se había creado entre nosotros. Desde lejos, el pequeño canario paseaba su canto hasta los sinfines de la agonía musical.
(Parece que no nos hacía bien reincidir en preguntas.)
María consentía siempre cuando dejaba de mirarla e intentaba escuchar al canario cuando yo discutía con el viento.
Mi sombrero se caía sin dejar rastros de las pocas canas que adornaban mi gruesa cabellera. Era ese el lugar de mi encuentro. Solía mirar a María con un sólo ojo y en el borde de su rubia cabellera.
Nosotros, los que solemos llamarnos Manuel tenemos la tendencia a servirnos café con una pequeña cantidad de leche.
Pero la leche estaba ácida, igual que la mirada de María y tanto era así que el café se tiñó de morado llenandose de pestañas.
Entonces, la miraba entre lagañas directamente a sus ojos color madera.
Me quedaba sin aliento.
Era necesario, todo esto debía acabar.
(Parece que no nos hacía bien reincidir en preguntas.)
María consentía siempre cuando dejaba de mirarla e intentaba escuchar al canario cuando yo discutía con el viento.
Mi sombrero se caía sin dejar rastros de las pocas canas que adornaban mi gruesa cabellera. Era ese el lugar de mi encuentro. Solía mirar a María con un sólo ojo y en el borde de su rubia cabellera.
Nosotros, los que solemos llamarnos Manuel tenemos la tendencia a servirnos café con una pequeña cantidad de leche.
Pero la leche estaba ácida, igual que la mirada de María y tanto era así que el café se tiñó de morado llenandose de pestañas.
Entonces, la miraba entre lagañas directamente a sus ojos color madera.
Me quedaba sin aliento.
Era necesario, todo esto debía acabar.
2 comentarios:
Me encanto
Gracias!
Publicar un comentario