domingo, 3 de mayo de 2009

Feria de guitarras

La tarde era propicia para visitar la Feria del Libro. Cómo cada año, insisto en caminar a través de los stánds para deleitarme con la multiplicidad de libros. Hacía ya un par de años que no iba un fin de semana. Había olvidado las mareas humanas. Y siendo domingo, era una fija lo que me iba a encontrar. Despojada de prejuicios frente a las corrientes humanas entré. Siempre me hizo un poco de ruido que la cita sea en La Rural. Lugar altamente complejo de asimilar, sobre todo por su pasado y por su presente que no deja de estar siempre en ese lugar dudoso de la oligarquía argentina. Sigo impactada de hecho que el pabellón principal se llame José Alfredo Martínez de Hoz (padre de nuestro conocido ministro de economía y viejo estanciero presidente de la Sociedad Rural, quien obtuvo las tierras gracias a la donación que Julio Argentino "billete de cien pesos" le hizo a su familia).
Omitiendo tristemente ésta circunstancia, me adentré en el mundo de los pabellones. No sin antes cruzarme con Miguel Cantilo en la pecera de Radio Nacional. Esta viejito. Es una cana caminando incluidas sus cejas enormes que despiden largos pelos blancos. Estaba con su guitarrita emulandose a sí mismo y contando sus andanzas setentosas. Me quedé un rato como mirando el museo del rock nacional y sus páginas amarillas. Me gustó la mucha gente mirando y que sea yo una de ellas. Me fui al rato, suficiente me dije.
Entré en el Pabellón azul y observé una multitud apilonada. En éste contexto me uní a la marea humana, sólo por despuntar el vicio. ¡Era Roberto Piazza! Parece que el querido modisto escribió un libro y hoy firmaba ejemplares. Jamás imagine encontrarme este personaje. Pantalón negro chupín, borsegos, campera negra de cuero con un detalle en su espalda de cositas colgando que no llegué a descifrar. Mechitas rubias y colita. Piel arruinada. Y llamativamente más bajo que yo.
Semejante visión me dejó medio abrumada y ni siquiera había empezado a ver libros.
Diciendole a mi cerebro que olvide rápidamente lo visto empezó mi recorrida. Pabellón azul, verde y amarillo. Compré "El ejército de la ceniza" de José Pablo Feinmann. Luego me propuse insitir en bibliografías clásicas. Esta vez fue cultivarme en Borges. Si bien soy de leer mucho hay un par de autores en los cuáles soy analfabeta cien por cien. Es el caso de Roberto Arlt o del mismísimo Borges. Así que fui por José Luis. Adquirí por una módica suma tres libros: El Aleph, Historias de la eternidad e Historia universal de la infamia. Además, mi papá me había pedido que le compre algunos. A él le encanta el espionaje y los policiales y esta agotado de leer sus mismos libros una y mil veces ya que no le gusta ir a comprar. Un personaje.
En el interín de compra y compra me topé con otro autor que firmaba libros. Pero para mi sorpresa (o no) estaba parado charlando con un par de señores y con una visible escacez de público. Parece que Guillermo Salatino escribió un libro sobre Racing. Y ahí estaba. Esperando la nada con una birome en la mano. No entendí si es que la gente de Racing no lee, o está agotada de tantos libros y pocos campeonatos o qué. Luego imaginé que debo ser una de las pocas mujeres que conoce a Salatino. El mismo padre que no compra libros me hizo crecer escuchando Competencia los días de semana de 19 a 21 por Continental o la trasmisión del domingo y el tatatata gol. Y ahí, siempre fanático de Gabi Sabatini y luego de Coria, lo encontrabamos a "Salata" hablando. Hasta que se fue a la Red. Ahí medio que le perdí el rastro, excepto en la tele y sus comentario tenísticos. Sea como sea, no tenía público. Casi le doy para firmar uno de Borges, pero luego me dije que sería peor,... y me fui cabizbaja por mi compañero radial de tantos años.
La gente empezaba a molestame y mis pies sufrían una especie de colapso nervioso. No fui en zapatillas. Un error sin dudas. Igual, ya había hecho y visto todo lo necesario por lo que decidí huir de la mar de pabellones y de tantas discímiles caras famosas y no famosas.
Así fue como salí del largo túnel alfomabrado de rojo, no sin antes imaginarme como una estrella famosa en "the red carpet" Hollywoodense. Y pensé en Liam y el Noel y sus eternas peleas. No muy lejos de allí, estaban por empezar a sonar los ingleses y toda su frialdad. Me puse a pensar entonces en dónde estará el cassette con su primer disco que había grabado anda a saber de dónde y al que le había hecho por mí misma el arte de tapa. Concluí que había quedado perdido en otra casa y atrapado en otra película de mi vida. Me dio pena, aunque más pena me dió no haber estado en el monumental. Una vez, perdí la oportunidad concreta de ir a verlos por tontería. Hoy, entendí que había perdido la oportunidad otra vez y sin ser conciente de las ganas que tenía de ir. Resignada por la poca inteligencia a cerca de mis gustos y entendiendo que me estaba perdiendo demasiados recitales éste año, busqué alguna radio que lo pase. La voz de Lalo Mir en el estadio y los primeros acordes me conformaron un ratito. ¡Qué guitarras, por favor!
Entonces volé con con mis auriculares en los oídos hacia el estadio mientras mis ojos miraban las manos de la gente con bolsas llenas de libros y a viejos músicos tocando guitarras.

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