
Sin estar prevenida de nada subí. El colectivo estaba repleto. Había poco lugar para mantenerse de pie. Yo cargada como siempre con mi bolso lleno de papeles de la inmobiliaria intenté hacerme lugar entre la gente. Desde el primer momento que le dije al chofer el valor de mi boleto sentí el ambiente raro que me rodeaba. Doble mi cabeza hacia el fondo y fui realmente incapaz de divisar las caras. No era efecto de mi corta visión ya que invertí unos buenos pesos en hacerme lentes de contacto de última generación "nuestra tecnología esta petentada, que es un agente humectante interno extremadamente hidratante que actúa en la superficie y en todo el interior del lente, además de contar con bloqueo para rayos UVA y UBV. Súmele a ésto que tienen marca de derecho-revés para colocarse los lentes correctamente" me dijeron en la óptica antes de que pasen mi tarjeta de crédito. Tenían razón, siento mis ojos hidratados constantemente.
Sí, no veía caras, veía torzos, uno pegado al otro. Miré un poco hacia arriba y entendí finalmente que no podía ver caras dada la altura de todos sus pasajeros. No había una persona que midiera menos de un metro noventa. Hombres, mujeres. Diversas edades. Intimidada por mi metro sesenta fui haciéndome lugar a través de los altos. Tengo la leve sensación que ni siquiera podían llegar a sentir mi presencia. Un señor mayor de casi dos metros agachado miraba por la ventanilla, una mujer joven leía un libro mientras su cabeza rozaba contra el techo del colectivo, un adolescente de apenas metro noventa se sumía en sus auriculares siguiendo al compás la música. Los que estaban sentados no debían ser así de altos, no hay manera que se juntaran en un mismo colectivo toda gente tan alta. Mi teoría se vió desbaratada cuando en una importante avenida bajaron varios de los sentados. Y eran altos, tanto como la pareja de jóvenes tomados de la mano y el señor de traje y maletín que subieron en esa misma parada. Las sensación de error se apoderaba cada vez más de mi. Deseaba haber estado con Lucas a ver qué tenía para decir. Si siempre tiene respuesta para todo deseaba que encuentre una para ésto. Pero no estaba y yo sí con mi metro sesenta, mis lentes de contacto nuevos y mis papeles revueltos. ¿Qué sería lo que ocurría allí? Un transporte para altos, para gente que puede tocar los techos con sólo levantar el brazo o para gente que al agacharse recorre varios kilómetros. ¿Será que en éste colectivo existía un imán para altos? ¿La gente alta es cómo el metal que tiene un mineral que lo atrae? Será que el alto es metal y el colectivo imán. Subió una abuela, la rubia del asiento de adelante le dió su lugar. Nunca había visto una abuela tan alta. No es coherente ser señora canosa y añosa e inestable al caminar y que todo ello se encuentre en un metro noventa y tres. La edad achica, nunca mantiene o estira. Lucas siempre me dice que es la sabiduría: "uno crece, gana experiencia y filtra, filtra tanto el conocimiento que cada vez ocupa menos lugar aunque sea mayor, es por eso que de viejo uno se vuelve más chiquito..."
Se acercaba ya la hora de bajarme y sólo pensaba en si alguna vez volvería a viajar en un colectivo de altos, pero de altos altos. Toqué el timbre como pude. Pasé por entre medio de la parejita de metro noventa y cinco y noventa y ocho mientras miraba hacia arriba y sus rostros enamorados. Paró el colectivo y bajé, conmigo lo hizo algo más de gente alta.
Me quedé parada, dejé caer mi bolso y con el mis brazos que se desplomaron pesados al lado de mi cuerpo. Miré el irse del colectivo que se perdía lleno de metros. Los que bajaron conmigo se perdieron entre la gente. Volví a mirar el horizonte de cemento y ahí pequeñito aún se dejaba ver. Me quedé diez minutos o tal vez dos horas mirando ese colectivo que ya no veía.
Pero lo miraba con mis lente nuevos. Esos, que siempre estan hidratados.