miércoles, 17 de junio de 2015

Sentencia rota


Por un error congénito, desde que soy pequeña me autoimpongo sentencias de lo que voy a hacer o no voy a hacer. De lo que pienso o no tengo que pensar. Mis valores son inamovibles. Me autoconstruí con sentencias y creencias de todo tipo. Flexibilidad cero.


Pero como todos sabemos, la vida por lo general te cachetea asquerosamente haciendo que uno se meta sus sentencias o pensamientos inflexibles ahí, en ese lugar lleno de sombra.
Siempre he observado a las madres que en los distintos lugares públicos amamantan a sus hijos. Transportes públicos, supermercados y shoppings, peatonales, restaurantes.
Siempre me pareció horrible y de mal gusto. Dediqué mucho de mis pensamientos diciendo cosas tales como “¿a vos te parece?”  “Cuánta irresponsabilidad las madres que pelan la teta a dónde están” “Yo no puedo creer que saquen la teta en medio de cualquier lado sin prever que su hijo quiere comer”. “Yo jamás voy a sacar la teta en ningún lado.” “Es una vergüenza y de mal gusto.” Nunca estuve más convencida de algo.

Era un domingo por la tarde. La heladera vacía. Se toma la decisión: ir al supermercado con la niña nueva.
Apenas tiene un mes (la niña).
Pero comida hay que comprar y la madre quiere salir. Ok. Se sale para hacer las compras. Emoción. Nervios.  Paseo de mamá, papá y niña.
Estacionamiento. Se bajan todos con cochecito incluido. Niña bien. Padre y madre bien.
Supermercado. Comienza la inestabilidad emocional de la niña. Jadeos primero, llorisqueo después, llanto terrible por último. Madre y padre se miran desesperados. La niña no calla. La gente mira. Sentimiento de inoperancia o ignorancia. ¿Qué tiene? ¿Qué hacemos? ¿A dónde nos metemos?
Pregunta del millón: ¿comió?
Hace dos horas y pico.

Miro a mi hija que no para de llorar. Miro el contexto. Supermercado lleno, pasillo central. Miro al padre de la criatura y me hace un gesto de “tiene hambre”. Y yo no lo puedo creer, un maremoto de sensaciones se me presentan en el cerebro, en el corazón, en el alma si es que existe.
Tengo una hija hambrienta. Estoy en medio de un hipermercado enorme. Está lleno de gente. Y yo (sí, yo) tengo la comida de mi hija incorporada al cuerpo. Tengo tetas. Tengo lo que ella necesita. Pero estoy en ese contexto tan sentenciado negativamente.
Mi mente vuela porque no puede creer la situación que debe afrontar. La balanza cae indudablemente para mi hija y un remolino de pensamientos se cae de un edificio de mil pisos. Me siento en el pasillo central a dónde hay banquitos, el padre de la niña me ayuda y ahí nomás saco mi teta y le doy de comer a mi hija, la niña hambrienta.

Fin de la compra. Estacionamiento. Madre sentada en el auto llora.

La vida se me rió en la cara mientras le mostraba mi teta al mundo.
Dicen que escupir al cielo no es bueno, porque puede volver a caer en la cabeza. A mí me cayó un escupitajo más grande que un elefante.
No sé quien lo dice, pero la tiene clarísima.


Rookie. Crónicas de una madre nueva. 
Parte 1 - Sentencia rota

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