Por un error congénito, desde que soy pequeña me autoimpongo
sentencias de lo que voy a hacer o no voy a hacer. De lo que pienso o no tengo
que pensar. Mis valores son inamovibles. Me autoconstruí con sentencias y
creencias de todo tipo. Flexibilidad cero.
Pero como todos sabemos, la vida por lo general te cachetea
asquerosamente haciendo que uno se meta sus sentencias o pensamientos
inflexibles ahí, en ese lugar lleno de sombra.
Siempre he observado a las madres que en los distintos
lugares públicos amamantan a sus hijos. Transportes públicos, supermercados y
shoppings, peatonales, restaurantes.
Siempre me pareció horrible y de mal gusto. Dediqué mucho de
mis pensamientos diciendo cosas tales como “¿a vos te parece?” “Cuánta irresponsabilidad las madres que pelan
la teta a dónde están” “Yo no puedo creer que saquen la teta en medio de
cualquier lado sin prever que su hijo quiere comer”. “Yo jamás voy a sacar la
teta en ningún lado.” “Es una vergüenza y de mal gusto.” Nunca estuve más
convencida de algo.
Era un domingo por la tarde. La heladera vacía. Se toma la
decisión: ir al supermercado con la niña nueva.
Apenas tiene un mes (la niña).
Pero comida hay que comprar y la madre quiere salir. Ok. Se
sale para hacer las compras. Emoción. Nervios. Paseo de mamá, papá y niña.
Estacionamiento. Se bajan todos con cochecito incluido. Niña
bien. Padre y madre bien.
Supermercado. Comienza la inestabilidad emocional de la
niña. Jadeos primero, llorisqueo después, llanto terrible por último. Madre y
padre se miran desesperados. La niña no calla. La gente mira. Sentimiento de
inoperancia o ignorancia. ¿Qué tiene? ¿Qué hacemos? ¿A dónde nos metemos?
Pregunta del millón: ¿comió?
Hace dos horas y pico.
Miro a mi hija que no para de llorar. Miro el contexto.
Supermercado lleno, pasillo central. Miro al padre de la criatura y me hace un
gesto de “tiene hambre”. Y yo no lo puedo creer, un maremoto de sensaciones se
me presentan en el cerebro, en el corazón, en el alma si es que existe.
Tengo una hija hambrienta. Estoy en medio de un hipermercado
enorme. Está lleno de gente. Y yo (sí, yo) tengo la comida de mi hija
incorporada al cuerpo. Tengo tetas. Tengo lo que ella necesita. Pero estoy en
ese contexto tan sentenciado negativamente.
Mi mente vuela porque no puede creer la situación que debe
afrontar. La balanza cae indudablemente para mi hija y un remolino de
pensamientos se cae de un edificio de mil pisos. Me siento en el pasillo
central a dónde hay banquitos, el padre de la niña me ayuda y ahí nomás saco mi
teta y le doy de comer a mi hija, la niña hambrienta.
Fin de la compra. Estacionamiento. Madre sentada en el auto
llora.
La vida se me rió en la cara mientras le mostraba mi teta al
mundo.
Dicen que escupir al cielo no es bueno, porque puede volver
a caer en la cabeza. A mí me cayó un escupitajo más grande que un elefante.
No sé quien lo dice, pero la tiene clarísima.
Rookie. Crónicas de una madre nueva.
Parte 1 - Sentencia rota
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