Estaba en el asiento de atrás del auto, mirando por la
ventana a una paloma molesta que se dedicaba a investigarlo todo y tratando de
convertir el suelo en presa comestible o en cena futura. Realmente, no tengo
serios problemas con las palomas. De vez en cuando pienso que son aves nefastas
que de repente insisten en molestar el paso de cualquier persona, que buscan en
la basura convirtiéndose en una metamorfosis alada de ratas. Otras veces me dan
pena, las veo sobrepobladas y sintiéndose ellas mismas el resultado de una
especie en expansión inútil. Las imagino pensando que el humano y otras
especies las aborrecen. Y claro que es así. Sino cómo se explica que a un funcionario
se le ocurriera importar halcones palomeros para que se las coman, obviado desde
ya las consecuencias que podían traer. Ahora los halcones palomeros vuelan en
el cemento, extrañan su hábitat original y se alimentan de palomas carroñeras a
las que todo el mundo odia. El hecho de pensar en esos seres que gustan de
comer aves odiadas, transforma al halcón palomero en un animal temible y
misterioso.
Me contaba un afamado cantante, que están en Parque
Chacabuco, que se refugian entre los grandes árboles y que nunca se dejan ver.
Me contó además que solamente dos vecinos lograron ver a los halcones y que después
de verlos, ni su familia ni nadie supo más de ellos. Dicen testigos que
entraron al Parque y se perdieron entre los árboles, que se los escuchó a lo
lejos diciendo que veían a los halcones palomeros y que después devino el
silencio.
La verdad, es que no le creí del todo su anécdota. No hay
manera que la sola vista del halcón palomero produzca un efecto tan extraño en
la vida de alguien. Traté de entender el cantante contaba semejante historia.
Los cantantes por lo general crean mundos los que, impunemente, se convierten
en canciones y los que posteriormente se convierten en himnos ajenos. Imaginate
que estas cantando una canción pero que al mismo tiempo estás poniendo en tu
boca la idea loca de un creador que canta cosas de su propio mundo. Y no sólo
la cantas, sino que le das una profundidad innecesaria provocando una imitación
espantosa del sentimiento que motivó la canción. Te lo crees. Crees que te lo
dijo a vos, que pensó exactamente en lo mismo que vos estas pensando ahora,
mientras gritas la canción ajena. La trasformas en un pequeño pedazo de vos. Y
ese robo que cometes no le importa a nadie, porque todos hacen lo mismo e
imitan inútilmente sentimientos de un otro.
Entonces el cantante mira y escucha su
creación cantada por otros. El éxito de ver palabras propias en otros nubla la
emoción y la exacerba. Imagina que puede crear mundos de significados tanto en
las verdades como en las mentiras, y empieza a confundirlas. A veces cree que
las verdades son mentiras y otras veces que las mentiras son verdades. Pocas
veces acierta. Entonces cuenta historias como de vecinos que se desvanecen por ver un halcón
palomero. Y esa explicación los satisface.
Seguía en ese auto pensando fundamentos inútiles para una
historia dudosa mientras en segundo plano escuchaba al cantante que describía detalladamente
cómo el halcón palomero producía raros efectos en la vida de los vecinos.
El ensimismamiento me impidió prever lo que iba a ocurrir después.
El auto llegaba a la esquina de Eva Perón y Emilio Mitre. El
cantante hizo una pausa en su hablar y sin explicación alguna cambió de raíz su
decir. Estresado, enojado, comenzó a gritar que él nunca creyó en los mitos
barriales, que le resultaba improcedente creer que los halcones tengan efectos
en las personas, que nadie puede desvanecerse y desaparecer porque sí.
Pidió que pararan el
auto y se bajó.
Vi que entraba al parque. Su figura era cada vez más
pequeña. En un momento dejé de verlo. Espere diez minutos, luego veinte. Comenzó
a anochecer y la oscuridad comenzó a invadir cada rincón del paisaje. Los
árboles, ya difusos, se convertían en hacedores de secretos.
Resultaba increíble que no volviera.
Repentinamente emergió un grito que se estrelló con la oscuridad.
Era el cantante, diciendo “Los veo, son los halcones”. Luego el silencio. Duró
minutos, tal vez horas.
Nunca quise saber nada más del cantante afamado. Ni de
halcones palomeros.
Al Parque Chacabuco dejé de ir, tal vez sea por el miedo a desvanecerme
o por la frustración que me provocó las inconsistencias del cantante.
Pero básicamente, dejé de ir por las dudas.
1 comentario:
MUy bueno, mezcla de fantasía y realidad.Cada uno dentro de su género cumple las funciones naturales, el asunto es cuando el hombre sin escrupulos hace uso de ello. usar y dejar usar.usar y dejarse usar ......
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