Nunca me cayó demasiado bien...
sábado, 27 de julio de 2013
domingo, 14 de julio de 2013
DPN (Destruyan al Paraguas Nefasto)
A continuación no solamente expondré mi creencia sino que
promoveré el desaliento de la existencia inútil de un elemento miserable, incordioso
y exasperante. Debo reconocer que no es la primera vez que expongo mi
construcción ideológica. La he verbalizado, con gran parte de la gente que
cruza mi vida en esos momentos críticos en los que la necesidad tiene cara de
hereje y obliga despiadadamente introducir el “elemento” como instrumento positivo
frente a un hecho que excede la raza humana. (o sea, cuando llueve)
Como cada idea es necesario presentar fundamentos que
desarrollen las formas de estructuración, su vínculo con el contexto, la
evolución de la inutilidad y la ausencia de finales felices.
Creencia/idea/hipótesis
El paraguas es un elemento nefasto que deberá ser destruido
sin piedad alguna.
Fundamentos (Un poco
de historia y la génesis que fundamenta su inconsistencia)
La existencia de éste elemento, no es más que una molestia
generalizada que conlleva a la destrucción de la libertad de acción, de
pensamiento y de traslado. Su funcionalidad se ve afectada por flacos o
inalcanzables resultados.
Su creación data de
tantos años (casi unos 3000), lo que nos provoca la rara sensación de que no existe
posibilidad alguna de sentirse a gusto cargando con algo tan antiguo e incapaz de evolucionar. El paraguas es statu quo.

Luego se utilizó en Babilonia… ¿no es un país que sólo
existe en el disco Ay Ay Ay de Los Piojos?
Y finalmente en Egipto ¿no es ese país en dónde nadie se
pone de acuerdo si sufrió un golpe de estado militar o un golpe popular y que encima
tienen pirámides hechas por gente de otro planeta?
Y si le sumamos el hecho que se creó para protegerse del
sol, ¿cómo es posible que sigamos utilizando algo que ni siquiera sirve para lo
que se usa ahora? Es evidente que su utilidad originaria logra cumplirse, pero
la actual no (alguien que sostenga, ahora, ya, que con paraguas no se moja nada
de nada). Por lo tanto, lo único para lo que sirve, que es para tapar el sol,
es lo único que se modifico a lo largo de los siglos. En conclusión: se impuso
un statu quo equivocado y se involucionó en resultados.
Luego, el paraguas se convirtió en un instrumento aristocrático
y esclavista. Si bien antes había sido clerical y sectario en Grecia lo
acarreaban esclavos para proteger del sol a las damas. Y no cualquier damas, sino
aquellas que tenían poder, dinero y apellido. Ellas no lo tacaban y, sombra
mediante, insolaban a los pobres hombres y mujeres devenidos en “cosas”. Lo más
llamativo, es que ese objeto, continúa con su origen esclavista. Su uso hacer perder
la libertar de maniobra, el usuario se esclaviza al sostenerlo: le queda una
mano para hacer todo lo que debe hacer y ni hablar si se lleva al mismo tiempo
un maletín, una bolsa, un café, un cigarrillo, un celular. La persona queda imposibilitada
de disponer o de organizar cualquier acción. El simple hecho de parar un taxi o
un colectivo. O de llegar a la casa, sacar la llave y abrir cuando la puerta
anda mal. Entonces el usuario apela a poner el mango entre la cabeza y el
hombre para liberar su mano, o lo aprieta en su axila, para luego caerse o
volarse y tener que correrlo porque el viento se lo quiere llevar. El paraguas es esclavista.
La caída del Imperio Romano hace que desaparezca. Junto con
Roma caen todos los indicios de cristianismo y aristocracia. No queda para nada
duda entonces, el paraguas es
imperialista.
En Francia resurge como elemento de lujo nuevamente, por lo
que las damas y caballeros de esa sociedad revalidan su existencia y lo toman
como instrumento de distinción. ¿Cómo es posible que sigamos utilizándolo, cuando
Francia pone para el mundial sub 20, el que termina ganando por penales a
Uruguay, al menos 11 futbolistas africanos (que parecen de 38) provenientes de
sus colonias? El paraguas es
colonialista.
El tema de la “prevención de lluvia” surge en el siglo XIX.
Es mínimamente mejorado y se “populariza” a lo largo y a lo ancho del mundo. O
sea, se reacomoda el objetivo para masificar su existencia. Dicen a la gente
que es para no mojarse, para protegerse
de la lluvia. Y algo parece servir. Las sociedades compran y hasta el día de
hoy, las ventas crecen en jornadas lluviosas.
Pero la triste o bella realidad es que no cumple con dicha
función. La lluvia casi nunca es vertical, el famoso “llueve de arriba para
abajo” es, al menos, discutible. Casi siempre es perpendicular. Por lo tanto
las piernas terminan mojadas, a veces por delante, otras por detrás. Se moja a veces
el lado derecho del cuerpo, otras el izquierdo. O se necesita poner la cartera
sobre el pecho porque de caso contrario no se salva de las gotas. O se abraza con
la campera o el saco un sobre de madera o una carpeta, porque existe la secreta
seguridad que el paraguas no resguarda.
Y el viento, que es democrático y liberador, envuelve la
lluvia o la arremolina. Entonces entra el agua un debajo y moja por todos
lados. O ese mismo viento (gran enemigo del aristocrático paraguas) lo da
vuelta, lo transforma en la cosa más inútil sobre la faz de la tierra, con sus
varillas hacia arriba, que parece querer liberarse de esa horrible tarea de
proteger lo improtegible. En ese momento, con el paraguas dado vuelta se entra
en un pánico innecesario e inusitado de no saber qué hacer o cómo hacer.
Finalmente, es mi obligación decir que el paraguas es dañino. Apelando a su
rencor por esa funcionalidad de antaño frustrada, se dedica a lastimar ojos
ajenos, engancharse en otros de su misma especie o en ropa ajena. Incita al
usuario a mantenerse abierto a pesar de caminar bajo techo creando caos en el
transito peregrino. E incluso, avergonzado por momentos, suele perderse en
colectivos, oficinas, negocios, dependencias públicas y trenes. Se esconde con
el objetivo además de propagar su especie. El
paraguas es estratégico.
Pocas cosas quedan por decir. Su existencia destruye
cualquier pensamiento de alegría y evolución. Los fundamentos expuestos, son
una necesidad suprema de pregonar su desusoe incentiva su destrucción. Poder
abrir los ojos de la sociedad que cree en su utilidad y en muchos casos la
defiende. Entender el daño de un elemento promotor del statu quo, esclavista,
imperialista, colonialista, estratégico y dañino, es una tarea magnánima pero
no por ello menos importante. Y mientras esté en mis manos gritarlo a viva voz,
lo haré. Fundamentos sobran.
Además, y para nada menor, nunca me gustó Mary Poppins.
martes, 2 de julio de 2013
El efímero pez Rubén
Pasó años esquivando anzuelos y robando carnadas.
Sufrió peligros extremos: peces grandes y voraces, humanos
insaciables de deporte, humanos carnívoros, redes de pescadores y señuelos de
colores.
Venció a todos y ganó el desafío de ser quien debía ser.
Un día, nadie más supo de él.
Un pez viejo dijo que creyó verlo charlando con el pez
vagabundo y contándole sus proezas.
Pero nadie pudo confirmarlo.
Ni nunca.
Ni jamás
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