Tenía que venir pero no vino. Luego sí vino, pero
tarde. Apareció imperativo en el penoso andén “uno” de la Estación Once y se
convirtió en un arca de Noé. Se llenó de nosotros, animales de distintas razas
dispuestos a salvar el mundo.
Mareas humanas masoquistas emprendimos viaje hacia
nuestros hogares sin importarnos nada, nada, las condiciones.
De Once rápido a Flores, Liniers, Morón, y luego parando en todas.
Impunemente decidí tomarlo y bajarme en Liniers.
(No sabía se convertiría en un viaje al Medioevo.)
El viaje como morcilla no sería nada si no fuera porque ese olvidable
tren abre las puertas en las estaciones para que más seres poco humanos
irrumpan dolorosamente en el vagón.
Flores me preocupó. Subieron demasiados pasajeros despojados de
ciudadanía, e impidieron bajar a un par de locos trastornados que prefirieron
la masacre a un colectivo.
Fue entonces cuando dije en voz alta que mi intención era bajar en la
próxima, a lo que un par de esqueletos buena onda me dijeron que me acerque ya, porque no creían que pueda
bajar.
Dice la leyenda que en Liniers
la gente se multiplica religiosamente. El dueño del puesto de panchos dice: “ustedeis
se duplicarán y comprarán cientos de panchos con papas pai. Y le pondrán
mayonesa diluida en agua. Amén”… y el milagro ocurre.
Y las almas brotan de las
fisuras del andén y renacen de las paredes.
Ya estaba yo sobre la estación de Floresta cuando comencé mi búsqueda.
Estaba nerviosa. Agarre fuerte la cartera y comencé a acercarme a la puerta. Casi
que ni podía moverme, por lo que solicitaba uno a uno me cambiara de lugar.
Refregaba cada parte de mi cuerpo con otros cuerpos y así llegué cerca de la puerta.
Las manos me transpiraban. Corrían gotas de incertidumbre…
¿Qué me esperaba en Liniers?
Una cosa tenía clara: sola no
iba a poder.
Hacer presión para bajar desde adentro del tren mientras los multiplicados
seres del andén pugnaban por entrar, era tarea de grupo.
Entonces imaginé las guerras medievales, cuando un ejército de un
color cargaba de sus cañones, arcos y flechas, caballos, espadas, banderas y se
alineaba frente al enemigo para salir corriendo a encontrarse en batalla cuerpo
a cuerpo cuando algo o alguien daba la señal.
Y se chocaban con el otro ejército que también corría con el mismo
objetivo pero al revés. Y con espadas y otros colores, atravesaban territorios
llanos y desérticos, para cruzarse en un juego de violencia infinita.
Me sentí una guerrera medieval.
Entonces comencé a motivar a mis compañeros de viaje. ¿Usted señor
baja en Liniers? ¿Usted señora? Y así fui armando mi ejército medieval, con el
único objeto de bajar.
Ya en Villa Luro contaba con más de media docena de gente que algo
risueña que disfrutaba de mi arenga que rezaba: “vamos compañeros que podemos” “todos
juntos venceremos a las mareas humanas con objetivos de ingresar al vagón” “la
unión hace a la fuerza” y otras palabras motivadoras que ahora poco recuerdo.
Llegamos a Liniers, y fuertes de alma entramos al andén. Vimos a la
muchedumbre impaciente por entrar. Eran cientos, con sus caras diabólicas y sus
ojos inyectados en sangre.
Estaban listos para el scrum medieval.
Paró el tren y se escuchó el último grito de guerra: “¡Vamos
compañeros que podemos!”, entonces se abrió la puerta. Eran ordas humanas
pujando por entrar desesperadamente... pero no pudieron, nuestro ejército
estaba motivado que empujó todo lo que más pudo. Hombres, mujeres jóvenes y más
grandes, algún adolescente. Una docena convertida en “humanos presionadores de
humanos” logramos vencer, logramos salir. Recién ahí el ejército de Liniers
logró subir.
Nos sentimos cómplices y nos miramos. Estábamos completamente ajados
pero identificados con el color del ejército del vagón. Nos despedimos con ojos
cansados.
Allá se fue el tren, tarde, retrasado, lleno de masas humanas que
estarán conformando nuevos ejércitos para enfrentarse al ejército de Morón.
Pero ahí, en Liniers, no habíamos solamente bajado, habíamos conquistamos
Troya.
1 comentario:
Hola Gaby:
Muy verídica, intensamente sentida y en esta época, muy surrealista, tu crónica de semejante epopeya, que gracias a todos los dioses del olimpo yo ya he dejado atrás, infarto mediante. Ahora viajo en auto ida y vuelta, inmerso en el tráfico diario de la JuanBeJusto y acceso oeste. Tu relato me trajo gratos y no tanto recuerdos del siempre querido y nunca bien ponderado (gobernantes de turno abstenerse) Tren Sarmiento. Dicho sea de paso, siempre me pregunté por qué le habrán puesto Sarmiento si nunca, en la p... vida, vino, llegó o partió en horario? Buehhhh.. te dejo porque ya fui bastante pesadito. Un besote grande para vos y un abrazo a Marcos.
Ricky
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