sábado, 20 de febrero de 2010
Comprensión
Prefiero en un mundo al derecho, hacer una vertical.
Espacios impredecibles.
Soledades cuando reaprendo a no bailar con ellas.
Ver para absorver.
Oler para crear.
Tocar para el caos.
Imaginar la grandeza de antaño.
Soñar con manos ajadas.
Me levanto tensa, quiero contemplar.
La lágrima no es mas que vértigo.
Y desenriedo mis pensamientos, para volver a enredarlos.
Mística idea de la vida.
Mentida idea del que vale vivir sin hacerlo.
Un secreto, tal vez mi alma quiera pintarse de naranjas.
La palabra amor que brota desde las asequias.
Una pausa para ver.
Descanso para acción.
Y un árbol que flamea sus hojas esperando la señal.
Elogio obtener riqueza de mente (demente),
tal vez sea solo ello.
FOTO: Yo (según Abril, mi ahijada)
martes, 16 de febrero de 2010
Mosca
Esta es la historia de un hombre:
Caía el sol cuando una mosca se paró sobre la nariz puntiaguda de Miguel.
No la quiso espantar, solamente puso sus ojos bizcos para poder verla con claridad.
Y allí la vio.
Era una mosca grande, de tornasoles verdes y azules. Sacudía sus pequeñas patas sobre la morena piel. Sus alas, a cada lado de su cuerpo, no hacían movimiento alguno.
Miguel necesitaba que la mosca se quede más de lo inimaginable sobre su nariz.
Su quietud era máxima, tal vez extrema.
Los ojos describían círculos en torno a la mosca y sin temor a ser visto por ella siguió cada movimiento de aquel pequeño insecto.
Pasó un minuto y no se había ido.
Seguía pisando la piel sutilmente y esquivando poros.
La felicidad humana cada vez era mayor.
Los ojos comenzaban a doler por el tremendo esfuerzo de la mirada en ángulo.
Pero la mosca no se iba.
(Y no iba a irse nunca)
No la quiso espantar, solamente puso sus ojos bizcos para poder verla con claridad.
Y allí la vio.
Era una mosca grande, de tornasoles verdes y azules. Sacudía sus pequeñas patas sobre la morena piel. Sus alas, a cada lado de su cuerpo, no hacían movimiento alguno.
Miguel necesitaba que la mosca se quede más de lo inimaginable sobre su nariz.
Su quietud era máxima, tal vez extrema.
Los ojos describían círculos en torno a la mosca y sin temor a ser visto por ella siguió cada movimiento de aquel pequeño insecto.
Pasó un minuto y no se había ido.
Seguía pisando la piel sutilmente y esquivando poros.
La felicidad humana cada vez era mayor.
Los ojos comenzaban a doler por el tremendo esfuerzo de la mirada en ángulo.
Pero la mosca no se iba.
(Y no iba a irse nunca)
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