sábado, 30 de septiembre de 2017

Dagoberto

Mientras caminaba despistado por las calles de Villa Real, Dagoberto entendió todo. No podía seguir trabajando en la fábrica de iluminación. La diferencia. Lo anormal. Ni siquiera la abstracción al caminar relajaba la necesidad de volver al camino fuera de las obligaciones impuestas. Quería ser diferente como una vez lo había pensado.
Dagoberto se llamaba Dagoberto porque su madre así lo decidió.
Siempre creyó que su nombre era una señal. Nadie que se llame así se llama así por nada.
Los primeros años fue difíciles. Sus compañeros tenían profunda incapacidad de pronunciarlo. No logró que nadie lo llame por su nombre hasta el primer día de segundo grado.
Luego fue peor. Era sujeto de cargadas por doquier.
Ya los últimos años de escuela, su nombre dejó de ser importante y Dago pasó a ser su nombre habitual.  Pero nunca olvidó a berto. Era esencial y elemental. Era la señal.
La señal tenía que ver con la diferencia. En una sociedad que no transita al diferente de manera natural, se presentaba el desafío de estar a la altura. Muchas veces aquellos que se diferencian por alguna característica de la “normalidad” socialmente aceptada, sufren de problemas de autoestima y deben trabajar mucho para lograr la autoaceptación y por ende la aceptación de los otros.
Dagoberto, exagerándose, tomo la diferencia y el concepto de anormalidad como bandera. Se construyó así mismo como un emergente de la sociedad y en la efervescencia de sus veintipico fue parte de organizaciones de protección y de ayuda. Participó en la APAC (Asociación de protección a los animales de la calle), en la FCDS (Fundación Contra la Discriminación Social) y en el PDAD (Partido Defensor del Anarquista Discriminado). Vivió en pensiones y en plazas. Tenía dinero cuando le daban.
Y así vivió hasta casi los treinta cuando un día mientras caminaba despistado por las calles de Villa Real, entendió todo. Tenía que conocer la normalidad para poder reubicarse en la anormalidad. Y así consiguió un trabajo.
Lo recibió una casa de iluminación en Pompeya y lo abrazó durante veinte años, enseñándole la normalidad hasta el punto que olvidó su objetivo inicial. Se transformó en un hombre normal con nombre distinto. Apenas eso. Encontró una mujer a quien amar y tuvo hijos. Tuvo casa y auto. Se fue algunos veranos de vacaciones. Pagó colegios privados. Festejó Navidades.
 Mientras caminaba despistado por las calles de Villa Real, Dagoberto entendió todo. No podía seguir trabajando en la fábrica de iluminación.  Y renunció para crear su propia luz. Entendió que en un mundo tan normal no se podía vivir anormal. Entonces no tuvo voluntad de cambiar tanto y abrió su propio negocio de iluminación. Pero quería volver a sentirse diferente. Entonces agregó luces a trajes y así creo los trajes LED para eventos que tan de moda se pusieron.

Ayer lo vi a Dagoberto. Estaba llamando por teléfono y diciendo que necesitaba comunicarse con no  sé quién porque necesitaba dinero para algo del negocio. Nunca lo entendí bien y eso que lo conozco desde chico. Una vez, sentados tomando unos vinos me contó algo sobre anormalidades y diferencias y de porqué se llamaba Dagoberto pero la verdad, no le presté demasiada atención.

7 comentarios:

Jorge Curinao dijo...

Hermoso volver a pasar por acá. Saludos.

Gabita dijo...

Gracias Jorge! Saludos!

Mari Re dijo...

Buenísimo !!!!

Gabita dijo...

Gracias Mari Re! Dedicada a ti!

Unknown dijo...

PDAD..BUENÍSIMO

Unknown dijo...

PDAD..BUENÍSIMO

Unknown dijo...

Buenísimo!!!

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