martes, 21 de octubre de 2014

Cadena alimentaria: de ñoquis y mosquitos

Viene la época de mosquitos y yo sentada en la mesa esperando comer ñoquis caseros.

Mientras uno está sentado esperando comer ñoquis, los mosquitos tienden a darse cuenta que la inactividad humana tiene como ventaja poder posarse en pieles y poros.
Si posarse fuera la única circunstancia no habría mayor problema. Pero lamentablemente, ningún mosquito tiene una visión filosófica del humano y su actividad.
El mosquito pica y se deleita absorbiendo sangre inactiva. Perdón, activa.
Porque el cuerpo espera en quietud, pero la sangre fluye. Se mueve por  venas y arterias. Nunca esta quieta.  La sangre no espera, no puede. El mosquito tampoco. Y para nada le importa la hiperactividad de la sangre.

La sangre es roja, pero el mosquito ve en blanco y negro.

Porque para que existan colores rojos debe haber colores extremos. Como blancos, o como negros. Y como es sabido, el rojo no es extremo de ningún otro color. A lo sumo es sangre y la sangre no es blanca o negra. La sangre es, simplemente, alimento de mosquito.
El mosquito se alimenta de sangre, y  el humano de ñoquis.
Porque si  comiéramos sangre seríamos vampiros, si es que existen en realidad los vampiros. Pero queda a la vista que hay otros alimentos más interesantes para el humano, sobre todo en relación al tamaño corporal que dista significativamente del mosquito.

Los ñoquis tienen una proporción adecuada para ser ingeridos por humanos.

No así por mosquitos. Porque los ñoquis son pequeñas acumulaciones de masa hechas con el fin de comerse un día en especial y con la incomprobable función de reproducir económica y financieramente al humano que los consume. Solo y sólo si le ofrendan dinero en el mientras tanto. Algo tan irracional como la visión en blanco y negro de un mosquito.
El mosquito tiene la posibilidad de comer sangre de un humano inactivo mientras éste espera un plato de ñoquis que lo va reproducir financieramente. Entonces, entendemos de la existencia de la cadena alimentaria y de cómo el hombre, la sangre y el dinero siempre son parte de ella.


Viene la época de mosquitos y yo sentada en la mesa esperando comer ñoquis caseros.

sábado, 3 de mayo de 2014

Colectividades y Lavadores de Cabeza

Aprovechando un viaje en auto, fui para la Plaza de Morón en donde se estaba realizando la Feria de las Colectividades.
Tenía ganas de visitarla porque quería conseguir adornos lindos para mi casa vacía de adornos. Sin embargo lo que definió mi visita fue un corte de luz, el decimosexto en dos de meses.
 “Sr. Usuario, le informamos que se observa en su zona un problema con la línea de media tensión. Estamos trabajando para resolverlo en las próximas horas.” (Gracias Edenor. Muy eficiente su locutora.)
Llegué a la feria, y mientras bajaba del auto imaginaba ver cosas de lo más extrañas de países muy distintos y lejanos. Expositores hablando raro y yo queriendo entenderlos mientras compraba una pintura india. Pero nada de  eso ocurrió.
Era una Feria de Colectividades pero gastronómica. Lo primero que vi fue un stand de Haití que hacía todo tipo de jugos de frutas con y sin alcohol. Haití tenía al menos 5 stands, que eran exactamente iguales a los de Brasil y a los de República Dominicana, que tenían 5 y 3 respectivamente. Negros con batidoras, bananas y música de fiesta. Sonrisas y arengas. Iguales, todas iguales. ¿Entonces cómo? ¿Las tres culturas son iguales, o el estereotipo lo es?
Había locro, la famosa carne cortada envuelta en una “rapidita” y chori. De cuestiones culturales, solamente en el stand de México había fotos del Chavo y en el de los Nigerianos  unos CD truchos de música autóctona.
La gente iba y venía comiendo empanadas de carne cortada a cuchillo típicas de vaya a saber que provincia o país ya que las vendían en Santiago del Estero, en Tucumán y en un Stand de la India (que no tenía ninguna pintura).
Para no ser menos y adentrarme en el mundo que visitaba decidí comer. Luego de mucho ver y no decirme por nada estacione mi humanidad en México (había como tres stands) y me compré un taco de carne. Le agregué salsa picante.  
Picaba.
Sentí una necesidad imperiosa de beber algo y me fui hasta Irlanda a comprar una cerveza tirada marca “no recuerdo cual” para bajar el picor. Explotada hacia mis adentros, busqué un rincón vacío y me senté a apagar el fuego interior con mi cerveza en la mano. La Municipalidad era mi sillón y el desfile de seres humanos de todas las edades, mi película.
Los miraba comer, beber, tirar sin querer pedazos de carne al piso y secar con una servilleta la boca de los niños que entre corrida y corrida comían un pedazo de choripán y una cuchara de locro.
Suficiente me dije. Ya había vuelto en mí, el efecto del picante/cerveza en ese contexto me dio ganas de estar en otro lugar, más específicamente en mi cama durmiendo la siesta.
Pero la teletransportación aún no existe, por lo que junté fuerzas y comencé a caminar. Me alejé rápidamente de ese enjambre de olores y colores y niños y migas en el piso.
Mi frustrada travesía de compras autóctonas impulsó mis ganas de ir a la peluquería. No me pregunten por qué. Es verdad que las últimas dos semanas mi pelo se encuentra un tanto conflictivo y es verdad también, que la primera cosa que digo a Nadia cuando entro en la oficina es “¿viste como tengo el pelo?” Y Nadia, como una reina que es, simplemente se ríe. Y yo, secretamente, me doy cuenta que lo que tendría que decir en ese momento es “sí, tu pelo es un desastre, hacete un rodete y ponete gel”
Entonces por Nadia y por una feria absolutamente inútil, me fui a la peluquería. Recordé que había una en el centro de Ramos Mejía que te cortan cual chorizo. Son mil lavadores de cabeza y mil peluqueros. Entrás en su cadena de producción y te convertís en sachet de leche o en lata de arvejas. Eso era lo que necesitaba. Ir a un tipo de peluquería al que nunca había ido y en el que simplemente sos una cabeza con pelos. Necesitaba lo impersonal, lo despojado, que me vean sin importarle nada de mí, ni de mi vida, ni de mis necesidades ocultas.
Hacia allí fui. Pasé por la puerta y vi que, como la Feria de las Colectividades, era una acumulación de seres humanos semi abarrotados, vestidos de negro y haciendo turbantes a las mujeres en su cabello. Seguí de largo. (Me dio algo de pudor) Hice unos pasos y volví.
“Vamos querida, esto es lo que querías, entrá.”
 Y me hice caso.
Me recibieron y me preguntaron que me iba a  hacer. “¿Cortarme?” dije yo. No me gusta ir a la peluquería porque nunca sé que me quiero hacer. Siento la necesidad extrema  de que otros  decidan por mí.
Me derivaron con Pablo, que me sentó y empezó a lavarme la cabeza. Al minuto y medio arrancó con las preguntas: “¿Hace cuanto no te cortas? ¿Siempre tuviste el pelo tan  largo? ¿Trabajás mucho? ¿Tenés tiempo para ir a la pelu?”  Cada respuesta me llevaba a ofrecer un producto distinto. “Ay, tenes el pelo dañado, antes de cortarte podes hacerte varias cosas para mejorarlo: criogenizado, nutrición shock, ampollas con aditivos naturales, impermeabilizado de puntas, shock de nutrientes nucleares y (…)”
Agotada mientras me masajeaba el cerebro terminé por comprarle una ampolla nutritiva solo para que se calle. Luego siguió con la marca de shampoo y me quería vender uno a 190 pesos pero que me duraría como cuatro meses. Le dije finalmente que no, que gracias, aunque debería haberle dicho “Pablo, ya me quemaste el cerebro y me pusiste la ampolla de 77 pesos, no jodas más”. Pero igual que Nadia, fui una reina.
La cadena de producción marketinera me llevó a Agustina, la peluquera que en un ratito nomás me despacho con modesto corte justo y  necesario.
Ya con mi pelo cortado, luego de algunas horas de navegar por masivas situaciones, emprendí el regreso al hogar a la espera de que Edenor haya resuelto sus problemas con la media tensión. En el camino me compré bellas margaritas rojas y desmagneticé la tarjeta SUBE, tal es así que una señora me la prestó. Le devolví 2 pesos.
Llegué a casa sin adornos de otras culturas y con menos pelo.

Pero había luz y también margaritas.  

lunes, 28 de abril de 2014

Hombres (y la mutación de sus deseos)

A los hombres la pasión les genera algunos problemas . Se fanatizan por algo y luego lo reemplazan,  y así sucesivamente. Podría afirmar que dicha circunstancia es lo que los lleva a su propia decadencia.
A medida que pasa el tiempo, y no sólo al pasar los 30, van variando sus objetos y sujetos de deseo. Esa variación lo va transformando, convirtiéndose en lo que alguna vez fueron y 
lo que alguna vez serán.
Caso testigo: hombre, llamémoslo Pedro, de 25 años, fanático de Pantera. Cumplió los 30 y guardó la remera en su cajón y de vez en cuando la mira, pero su mujer prefiere la camisa con cuello que le compró en Levy´s. Pedro hace caso.
¿Y qué hace entonces Pedro con su pasión por Pantera que le demandaba horas música muy alta y grandes esperas con su grupo de  amigos fans de la banda para verlos en un recital?
La transforma en miércoles de fútbol y asado con los pibes. No le toques el miércoles a Pedro. Usa los botines que se compró, los pantaloncitos y por supuesto, encuentra una oportunidad inigualable de usar la remera de Pantera. Con orgullo hace goles y la besa. Pedro está feliz.
Luego de unos años (pueden ser de 5 a 10), y como consecuencia de tantas patadas, Pedro debe operarse la rótula de la rodilla derecha. No más fútbol.
¿Y qué hace Pedro todos los miércoles?
Putea por su mala suerte. Le echa la culpa a los estúpidos que jugaban. Dice, no juego nunca más porque además le pegaron en frente de Juan (el hijo) ¡Qué mierda!
Basta. Hasta la rotosa remera de Pantera le molesta. 
¿Y qué hace ahora Pedro? Pesca. Sí, si. Tiene unos compañeros de trabajo que van a Entre Ríos una vez por mes a pescar. Genial. Que lo sepan todos... es fanático de la pesca.
Pedro se compra  la caña, estudia de carnadas y redes y finalmente con sombrero, botas y vino en el bolso comienza el camino de las aguas.
Ya se olvidó del fútbol, y ni les cuento de Pantera.
Por supuesto Pedro, ya cree que el fútbol es un negocio y que el dueño de la canchita se hizo rico gracias a él. Y además, que el rock es parte de una sociedad violenta y sobre todo el heavy metal. 
Pero el cariño está, por lo que siente pena no por esa época sino por la posible operación de garganta que debió hacerse el cantante consecuencia de tantos años de semejantes  gruesos alaridos.
Y así sucesivamente.
Cada nueva pasión hace que la anterior se transforme en “despasión” y que en ese proceso, se caigan pelos e ideas.

Luego de escribir, temo pecar de ser demasiado taxativa y dudo realmente de la generalización del caso. Es más, dudo que sea exclusividad masculina.
Por lo tanto, frente a tanta duda, doy limitada validez a mis palabras.
Sin embargo cierro los ojos e imagino alguna remera de Pantera en un cajón olvidado pero repleto de olor a añoranza.


Este texto (algo modificado) fue el inicio de gabitaysumundo, que, gracias a Carlita y un problema con un ex compañero de secundaria que se quedó pelado, me motivó a mostrar lo que escribía. Y en esta necesidad corporal de volver a la energía de la palabra surgida gratamente unos días atrás, siento que me sirve para reiniciar la génesis. 

jueves, 24 de abril de 2014

Fundamentos de la nada

Desde pequeños transitamos un camino de aprendizaje que nos lleva a construir un sinnúmero de respuestas para otro sinfín de preguntas.
Esas respuestas motivan la razón y se pierden en senderos inconsistentes cuando la pregunta se formula con el deseo inútil que no llegar a ningún lugar.




Una persona molesta. Otra persona (relacionada afectivamente) observa la molestia.
Pregunta: ¿Qué te pasa?
Respuesta: Nada
Tanta sencillez insulta hipocresía. O nada.

Una persona mira un punto fijo. Otra persona (relacionada afectivamente) observa la mirada.
Pregunta: ¿En qué pensas?
Respuesta: En nada.
Tanta sencillez expresa agobio. O nada.

Una persona molesta. Otra persona observa la molestia.
Pregunta: (no hay pregunta)
Respuesta: (no hay respuesta)
Tanto silencio es la nada. O algo.

Una persona mira un punto fijo. Otra persona observa la mirada.
Pregunta: ¿Tenés hora?
Respuesta: No
Tanta claridad no necesita nada. O todo.

La nada es una incógnita difusa. Sea la encontremos en la pregunta, o en la respuesta o que simplemente no este. Es creadora de imágenes subjetivas de una realidad tan propia y tan distante a la ajena, que asusta. Y asusta porque es única, porque crea mundos de fantasías incontrastables.  Deseamos ese mundo para guardarlo para nosotros mientras se responde con la nada o no se responde nada. Deseamos construir el mundo del otro preguntando solo para imaginar lo que queremos.
La nada es el silencio, los gritos, los llantos, los misterios, los enojos. Es abrazar las piedras. Es frustración y es temor. Es correr debajo de la lluvia mientras escuchamos acordes y llueven letras.
Pero además la nada es nada.
Y en la mayoría de los casos, eso nos alcanza.



martes, 7 de enero de 2014

Apocalipsis de Alguaciles

Si la tormenta se desataba un rato después hubiera podido evitarlo. Pero la vida es la vida y la naturaleza tan solo es.
(Nosotros creemos en la naturaleza de la vida)
Los alguaciles previenen la lluvia a través de un termómetro pluvial interno que cronometra los tiempos de las tormentas. Salen unas horas antes en busca de alimento y luego se esconden  en sus desconocidas guaridas.
No fue ese el caso de un alguacil ignoto que perdió su mercurio y quedo atrapado bajo la lluvia. Desesperado, intentó por todos los medios huir de la intensa lluvia que caía en sus alas.
(Nosotros lo mirábamos tras el ventanal)
La situación empeoró. La lluvia se convirtió en hielo y comenzó a caer sobre el cuerpo pequeño del insecto alado como una lluvia de heladeras. Esquivó cuanto podía, voló desesperado de lado a lado. Evitó su posible final.
(Nosotros alentábamos al alguacil)
Nunca dejó de luchar. Voló furioso. Subió. Bajó. Voló desesperado. Derecha. Izquierda. Voló solo. Mojado. Voló alocado. Hielo. Voló. Agotado. Voló lluvioso. Heladeras.
(Nosotros esquivábamos las heladeras)
El granizo terminó. La lluvia de a poco aquietó su furia, mientras el día se volvía día y se perdía el misterio de ver sin ver.
El alguacil misteriosamente logró sobrevivir al bombardeo. Aprendió a esquivar heladeras. Se fue. Voló sabiendo que sobrevivió al apocalipsis. Voló.
Y sin termómetro.

(Nosotros, apocalipsis)


Para ellos, que dejan volar la imaginación impunemente...
María José y Ezequiel (La heladera, la lucha, la foto) 

A propósito de las SAD

Estos últimos días, los clubes son parte de la disputa ideológica que tiñe esta previa de ballotage presidencial. Frente a la reaparición de...