sábado, 31 de agosto de 2013

Halcón palomero (en el Parque Chacabuco)

Estaba en el asiento de atrás del auto, mirando por la ventana a una paloma molesta que se dedicaba a investigarlo todo y tratando de convertir el suelo en presa comestible o en cena futura. Realmente, no tengo serios problemas con las palomas. De vez en cuando pienso que son aves nefastas que de repente insisten en molestar el paso de cualquier persona, que buscan en la basura convirtiéndose en una metamorfosis alada de ratas. Otras veces me dan pena, las veo sobrepobladas y sintiéndose ellas mismas el resultado de una especie en expansión inútil. Las imagino pensando que el humano y otras especies las aborrecen. Y claro que es así. Sino cómo se explica que a un funcionario se le ocurriera importar halcones palomeros para que se las coman, obviado desde ya las consecuencias que podían traer. Ahora los halcones palomeros vuelan en el cemento, extrañan su hábitat original y se alimentan de palomas carroñeras a las que todo el mundo odia. El hecho de pensar en esos seres que gustan de comer aves odiadas, transforma al halcón palomero en un animal temible y misterioso.
Me contaba un afamado cantante, que están en Parque Chacabuco, que se refugian entre los grandes árboles y que nunca se dejan ver. Me contó además que solamente dos vecinos lograron ver a los halcones y que después de verlos, ni su familia ni nadie supo más de ellos. Dicen testigos que entraron al Parque y se perdieron entre los árboles, que se los escuchó a lo lejos diciendo que veían a los halcones palomeros y que después devino el silencio.  
La verdad, es que no le creí del todo su anécdota. No hay manera que la sola vista del halcón palomero produzca un efecto tan extraño en la vida de alguien. Traté de entender el cantante contaba semejante historia. Los cantantes por lo general crean mundos los que, impunemente, se convierten en canciones y los que posteriormente se convierten en himnos ajenos. Imaginate que estas cantando una canción pero que al mismo tiempo estás poniendo en tu boca la idea loca de un creador que canta cosas de su propio mundo. Y no sólo la cantas, sino que le das una profundidad innecesaria provocando una imitación espantosa del sentimiento que motivó la canción. Te lo crees. Crees que te lo dijo a vos, que pensó exactamente en lo mismo que vos estas pensando ahora, mientras gritas la canción ajena. La trasformas en un pequeño pedazo de vos. Y ese robo que cometes no le importa a nadie, porque todos hacen lo mismo e imitan inútilmente sentimientos de un  otro.  Entonces el cantante mira y escucha su creación cantada por otros. El éxito de ver palabras propias en otros nubla la emoción y la exacerba. Imagina que puede crear mundos de significados tanto en las verdades como en las mentiras, y empieza a confundirlas. A veces cree que las verdades son mentiras y otras veces que las mentiras son verdades. Pocas veces acierta. Entonces cuenta historias como  de vecinos que se desvanecen por ver un halcón palomero. Y esa explicación los satisface.
Seguía en ese auto pensando fundamentos inútiles para una historia dudosa mientras en segundo plano escuchaba al cantante que describía detalladamente cómo el halcón palomero producía raros efectos en la vida de los vecinos.
El ensimismamiento me impidió prever lo que iba a ocurrir después.
El auto llegaba a la esquina de Eva Perón y Emilio Mitre. El cantante hizo una pausa en su hablar y sin explicación alguna cambió de raíz su decir. Estresado, enojado, comenzó a gritar que él nunca creyó en los mitos barriales, que le resultaba improcedente creer que los halcones tengan efectos en las personas, que nadie puede desvanecerse y desaparecer porque sí.
 Pidió que pararan el auto y se bajó.
Vi que entraba al parque. Su figura era cada vez más pequeña. En un momento dejé de verlo. Espere diez minutos, luego veinte. Comenzó a anochecer y la oscuridad comenzó a invadir cada rincón del paisaje. Los árboles, ya difusos, se convertían en hacedores de secretos.
Resultaba increíble que no volviera.
Repentinamente emergió un grito que se estrelló con la oscuridad. Era el cantante, diciendo “Los veo, son los halcones”. Luego el silencio. Duró minutos, tal vez horas.

Nunca quise saber nada más del cantante afamado. Ni de halcones palomeros.
Al Parque Chacabuco dejé de ir, tal vez sea por el miedo a desvanecerme o por la frustración que me provocó las inconsistencias del cantante.

Pero básicamente, dejé de ir por las dudas.  

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