jueves, 28 de julio de 2011

Helacop (Parte II)

Una mañana antes de salir para el trabajo, vino el chico de super con otro pedido. Esta vez era manteca. Veinte panes de manteca de primera marca. Ahora sí un poco más preocupado, le pregunto al chico de cuándo era el pedido, pero lamentablemente él no supo contestarme. “Llame al 0800 amigo, yo sólo entrego pedidos”.
Lo vinculé con la llegada próxima de cumpleaños. Sin embargo me hizo dudar.
Al otro día me trajeron verduras a granel y yogures. Y así, todos los días me traían algo. Yo los ubicaba lo mejor que podía pero ya no tenía lugar. Pero el colmo fue un domingo por la tarde. Mientras miraba un partido, golpea la puerta el muchacho con cuatro grandes bolsas. Eran de queso crema y paleta sandwichera. ¡Cuatro bolsas! Acepté el pedido pero le dije que por favor me llamen antes de traerme los pedidos. “Tiene que llamar al 0800, amigo, yo sólo hago entregas”.
Inmediatamente llamé al número telefónico y me atendió una señorita que me explicó que ella no podía hacer nada ya que la configuración de la heladera era quién autorizaba los pedidos y que las bajas debían hacerse desde la misma heladera. “indique en el display de su heladera el ícono aprobar pedido antes de mandar y listo. Gracias por comunicarse con nosotros señor, que tenga usted un muy buen día”.
Inmediatamente corrí a la ella y abrí la tapita donde estaban los controladores y para mi sorpresa no andaban. No funcionaba y tenía una pequeña leyenda que decía: “No display”.
No tenía entonces más opciones que desenchufarla hasta que pudiera pedir un técnico de la marca. Habrá sido el rayo, pensé.
La desenchufé. Dejó de funcionar, que tranquilidad. Me fui al sillón a seguir viendo el partido pero al darme vuelta comenzó a funcionar nuevamente. No lo podía creer, no sólo era inteligente sino que tenía voluntad propia. Me paré frente a ella y miré para los dos costados. “Deja de funcionar que ya no puedo casi pagar la tarjeta ni tengo lugar para guardar más cosas. ¡Deja de funcionar!” Volví a mirar para los costados y sentí vergüenza de lo que había hecho. Todo esto es una estupidez.
Al otro día todo pareció solucionarse y viví nuevamente un día calmo. Pero era la calma que precede al huracán.
Sólo duró un día su calma, luego comenzó a mandar mails cada dos horas, porque cada tres venía el muchacho del supermercado con un pedido distinto. Desesperado y lleno de impotencia me encontraba. Caminaba alrededor de esa heladera desenchufada. La miraba de arriba abajo. Traté de abrirla, pero no pude. Traté de abrirla nuevamente y tampoco me dejó. Me agarré a su manija y puse unos de mis pies de costado para hacer palanca, pero todo fue infructuoso. El timbre seguía sonando, eran pedidos con productos cada vez más caros, salsas varias, tortas de chocolate, quesos franceses y embutidos alemanes. Todo llegaba cada tres horas y yo recibía cada vez más desesperado. Iba al baño y me lavaba la cara, tenía miedo que fuera un sueño. Llegué a pegarme primero despacito y luego me pegué una fuerte cachetada que me lastimó seriamente.
Agotado a eso de las diez de la noche me metí en la ducha. Mi cocina estaba lleno de bolsas con comida y productos perdiendo la cadena de frío. En la mesada, en la mesa, sobre la cocina y sobre el piso.
Mientras me bañaba buscaba una solución, me desesperaba terriblemente mi tarjeta de crédito que debía estar por explotar y me desesperaba detenerla. Quería detenerla de cualquier manera. Entonces fue cuando comencé a pensar en romperle la computadorita. Agarrar un palo y aplastar a la infame de cualquier manera. Sí, esa era la solución. Salí del baño y la espié. Tan blanca, tan útil, tanto me había conocido. Me sentía destruido emocionalmente. Le había entregado a ella mis secretos más secretos a cerca de mis costumbres alimenticias. Qué esta pasando, qué era lo que estaba pasando, por favor.
No tuve fuerzas para romperla, caí rendido en mi cama hasta el otro día.
Me despertó el timbre. Era el chico del supermercado con una cantidad enorme de bolsas. Todo esto continuaba, todo esto era verdad. Acepté el pedido lleno de leches descremadas. Llamé al trabajo y dije que estaba enfermo que no podría ir. Luego, tranquilamente me acerqué a la heladera. Poco a poco la fui tocando hasta llegar al botón del hielo. Lo apreté y comenzó a lanzar cubitos. Uno, dos, tres. Cada vez los lanzaba con más fuerza y con más velocidad. Chocaban con las paredes, con la cocina y con la mesa. Apreté nuevamente el botón para apagarla pero nunca se detuvo. Seguía lanzando hielo para todos lados. Salí corriendo al patiecito y fui a buscar algo para golpearla. Desesperado entré a los gritos. “Basta elemento inútil, ¡basta de hacer lo que querés!, ¿quién te crees que sos?, te odio heladera idiota, me querés destruir y no te voy a dejar instrumento del demonio.” Y con el palo le pegaba a los hielos que volaban por la cocina. Me resbalé con el agua derretida y con los yogures que estaban por todo el piso. Caí con el hombro en el piso. Me levanté como pude y cuando estaba por pegarle al display abrió impunemente el freezer y me golpeó certeramente en la cabeza. Caí boca arriba y perdí el sentido.
Cuando me desperté estaba sonando el timbre y era el chico del supermercado con un enorme pedido. Le grité que se fuera, desesperado. “Andate de acá, no ves que no quiero nada mas, no ves que no puedo más, no ves que ELLA es la que pide… decile a tu jefe, nene, que basta, que deje de mandar los pedidos porque sino los voy a reventar, los voy a reventar a todos… ¿me oíste inútil?, ¿me oíste?”
El muchacho se metió en su camioneta pero no se fue. Cerré de un portazo y volví para la cocina, volví a verla a ella. La que estaba provocando mi mayor desgracia. Chorreaba sangre, estaba lastimado pero ya no me acordaba cómo. Volví a agarrar el palo y empecé a golpearla una y otra vez. Una y otra vez. Golpeaba el display mientras me resbalaba con la leche del piso, y me levantaba y le volvía a pegar en cada parte de esa maldita heladera infame. Una y otra vez me caía, una y otra vez me levantaba y una y otra vez le pegaba con el palo. Perdí todas las fuerzas que tenía. Estaba lleno de sangre y leche por todo el cuerpo, agitado, desesperado. Quería aniquilarla, destruirla, que desapareciera de mi vida.
Mientras golpeaba, lloraba. Lloraba y la golpeaba hasta que quede quieto, en ese piso mirando la heladera abollada. Y me dormí.
No sé si pasaron horas o días. Cuando abrí los ojos nuevamente todo estaba como lo había dejado. Todo sucio y ella abollada mirándome a los ojos.
Me senté exhausto y miré el caos a mi alrededor. Me había costado demasiado acabar con la rebeldía, pero lo había logrado. Ese electrodoméstico no había podido ganarme y lo vencí a pesar de que conocía todos mis secretos más secretos. Volvía a mirarla con la satisfacción del ganador. Me levanté como pude, la cara me dolía y en el espejo no reconocía siquiera mi cara. .
Llegaba la hora de deshacerme de ella, pero justo en ese instante, tocaron el timbre. Entonces volví a mirarla. Era el muchacho del supermercado.
Entonces ella, desafiante, encendió y apagó su display para dejarme algo bien claro: esto no había terminado aún.

martes, 26 de julio de 2011

Helacop (Parte I)



a Stella Muñiz Fernandez, por incitarme a comprar una heladera tecnológica.


Yo solía vivir tranquilo. Convengamos que nunca estuve demasiado holgado económicamente, pero creo que zafaba. Podía comprarme las cosas que necesitaba y año por medio me hacía un viajecito al interior en las vacaciones de verano. Tampoco me hacía demasiado problema en las épocas de vacas flacas. Un tipo calmo, sin demasiados problemas. Diría que era relativamente feliz. Sin embargo, todo cambió después de esa maldita fiesta del trabajo. Cómo olvidarlo. Era 19 de diciembre… cómo olvidarlo.
Las fiestas de fin de año laborales son un desahogo anual. Ver a los jefes descontracturados y algo bebidos. Nos saludamos todos, sin distinción de clases sociales en la jerarquía empresarial. Se baila, se come y se bebe a destajo. Y el condimento especial: sorteo de electrodomésticos.
Comenzaron alrededor de las dos de mañana. El animador (un tipo de la tele venido a menos que anima fiestas de multinacionales) comenzó a sacar los numeritos de una improvisada bolsa. Había todo tipo de electrodomésticos y comenzaron a ganarlos. Luisa de administración sacó la vaporiera, Rosa una aspiradora, Raúl (el vendedor estrella) un LCD de 32”. Yo tenía mi número entre los dedos. Lo arrollaba y lo desenrollaba con la seguridad que ganar no era para mí. Si embargo, en un momento, el animador grita el número veinticinco….¡25! ese era mi número… Perplejo por el triunfo y algo nervioso de pasar al frente comencé a gritar ¡YO! ¡YO! Y salí disparado para el improvisado escenario.
Me gané una heladera y ese fue el comienzo de mi fin.
La noche terminó muy tarde y aproveché la felicidad de mi triunfo para brindar infinitas veces con el que se me cruzaba. A eso de las 5 de la mañana aterricé en mi cama, abrazado al boucher de la heladera.
Al sábado próximo pasé por la casa de electrodomésticos para retirar mi premio, un vendedor vestido con uniforme y peinado prolijamente, me recibió cálidamente y luego de hacerme un par de chistes sobre mi suerte, me llevó a conocer la heladera.
“Lo que usted se ganó, querido amigo, es una de las maravillas tecnológicas más impresionantes de lo que va del siglo. No sólo es una heladera, es mucho más que eso. Usted se va a llevar una heladera inteligente. Y si le digo inteligente es porque realmente lo es, de eso esté seguro. Para comenzar, debo decirle que tiene un panel digital externo que le indica diversas variables. En primer lugar tiene la temperatura que podrá regularla con éste botoncito aquí a su derecha. El botón azul corresponde a la temperatura del freezer. En el panel digital usted puede observar que se indica el valor correspondiente. Además, tiene aquí a la derecha un expendedor de agua y de hielo. Usted la programa con el botoncito de la izquierda para lograr la cantidad de desea servirse. Además, viene para su comodidad un juego de tres vasos de distinto tamaño para el agua y dos recipientes para el hielo. Pero eso no es todo amigo, además el panel digital contiene un servicio digno de una computadora personal. Si usted abre ésta tapita de aquí, observará que tiene dos botones. Con el derecho puede actualizar las noticias del día y puede usted cambiarlo al canal de Internet al que usted esté acostumbrado. Y el otro botón de por aquí, es el que le va a cambiar la vida, mi querido amigo. Es el botón de la felicidad. Esta heladera cuenta con la capacidad de verificar el alimento que contiene su heladera y en la medida que usted vaya agotando las provisiones, envía un e-mail a su supermercado (que podrá seleccionarlo con en éste ícono) para que le envíe directamente sus compra. Por lo tanto, usted dejará de pensar en las compras, de sufrir el olvido de algún tipo de producto y simplemente tendrá una heladera que lo despojará a usted de toda responsabilidad. Se lo digo ahora y se lo repito, usted está llevando más que una heladera amigo, usted está llevándose una nueva vida.”
Imagínense ustedes lo que fue para mí escuchar semejante exposición. No podía creer que semejante evolución tecnológica fuera a formar parte de mi vida diaria. Adiós a las compras, adiós a tomar té sin leche porque olvidé de comprarla. Adiós a lista del supermercado, que siempre olvido llevar y cuando la llevo traigo la mitad. YO tendría una heladera inteligente y eso me llevó al extremo de la felicidad.
Los primeros días con mi nueva heladera fueron geniales, me tomó prácticamente una semana entender cómo ubicar cada cosa ya que cada lugar tenía un censor que se comunicaba directamente con el computadorita. Además, la configuración de las temperaturas y la carga de mi supermercado amigo. Tuve que registrarme en el icono del sector “virtual” y para lograr evitar problemas cargué el número de mi tarjeta de crédito para hacer los pagos. La ventaja de todo esto (además de la propia heladera) fue que por compra virtual tenía 20% de descuento todos los días.
Durante la segunda semana me olvidé un poco de los beneficios porque ya había comprado todo y tenía la heladera bien cargadita.
A partir de la tercera semana comenzó el trabajo de mi electrodoméstico. Una tardecita mientras tomaba un mate cocido luego de un agotador día de trabajo, suena el timbre y un señor vestido de uniforme me baja de la camioneta una bolsa de supermercado. Impactado, agradezco su servicio. Esto sí que era una maravilla. Abrí la bolsa y observé varias cosas que había estado consumiendo estas dos últimas semanas. Guardé todos los productos en sus respectivos lugares y extasiado de alegría me abrí un vino Malbec. Esto sí que era vida, alguien más se ocupaba por mí de hacer las compras y encima no me lo reprochaba. ¿Qué más podía pedir?
Las semanas subsiguientes fueron parecidas, el muchacho del supermercado me traía las cosas y yo le dejaba unos pesos de propina. Todo seguía calmo como antes, pero ahora podía ocupar el tiempo haciendo otras actividades.
Una noche mientras dormía, me levantaron los truenos y los relámpagos. Qué tormenta, pensé. Y casi sin demora me fui directo a la heladera para desenchufarla. No sea cosa que le pase algo a mi electrodoméstico estrella.
Cuando estaba a punto de desenchufarla, una fuerte explosión se produjo en el enchufe. Me alejé por miedo a electrocutarme. No lo podía creer… mi heladera… había explotado mi heladera. Me había solucionado la vida, estaba tan emocionado con tenerla, tanto le había agradecido a mi empleador… Sutilmente me acerqué al enchufe y noté que no estaba quemado. La desenchufé y volví a enchufarla. Andaba. No podía creerlo, pero andaba. No sólo era una heladera inteligente sino que además era a prueba de rayos. ¡Que felicidad! pero que felicidad... Me fui a dormir satisfecho y lo hice sin despertarme por ocho horas más.
Los próximos días que vinieron fueron un tanto distintos. La heladera seguía andando maravillosamente bien, aunque una tarde vinieron del supermercado con un pedido de diez leches descremadas extra hierro. Cuando vi el pedido me llamó la atención, sin embargo había adquirido una confianza tan plena en ella que creí en su capacidad de observación e imagine que creyó necesario que comience yo a cuidarme un poco de las grasas. Y la verdad es que tenía razón, había aumentado unos kilitos estos últimos meses. El tema del calcio lo entendí por la edad. Es verdad, ya no era un pibe.

lunes, 18 de julio de 2011

Crónicas Uránicas - Día 4 "Aroma a Eucaliptus"


Hay lugares a los que nunca voy.
La colectora de General Paz, entre la Av. San Martín y Av. Constituyentes es un paseo  arbolado. Un camino con cielo verde.
Cuando uno se para en esa parte, siente que esta lejos de todo.
Hay un complejo de muchos edificios del lado de Capital.
Del otro lado, en Villa Martelli, está el I.N.T.I.
Y todo finaliza con el gran Inodoro de Porcel.
Ese lugar, al que nunca voy, es donde fui hoy.
 ¡Lindo día para hacer un asadito!
La lluvia, el viento y el frío asechaban mientras cruzaba General Paz hacia provincia, el puente peatonal. Cosa que tampoco había hecho jamás.
Encapuchada, con los pies algo mojados y peleando incansablemente con el viento que me tiraba gotitas congeladas de lluvia, comencé a sentir el aroma a Eucaliptos. Ese olor tan penetrante, tan natural, alto y misterioso.
Sus hojas, alargadas estaban por todo el piso y unas pelotitas cónicas que son fruto, se esparcían en cada paso que daba.
La lluvia le daba un marco de naturaleza viva y real que tanto me trasladó a otro mundo.
Un lugar secreto, al que nunca voy.


domingo, 17 de julio de 2011

Reflexión

Definir las nuevas ideas como instrumento de cambio no es desandar lo recorrido. Es observar sin miedo todo lo que finalmente fue inútil.
Tratar a esa inutilidad como motor de cambio.
Hablo de que algo llega a ser inútil cuando no sirve como recurso para ser quien uno cree y necesita ser. Para nada de algo no sirve.
Cuando la nueva idea emerge, las fuerzas de la vieja y la misma estructura personal y afectiva hacen que las pruebas para sostenerla estén a la orden del día.
Entonces ahí debe aparecer la convicción, la certeza que la voluntad de modificarse no debe caer.
Trabajar en creerse y en sostener la idea nueva que aparece.
Sin caprichos, con firmeza. Imaginar un yo despojado del yo inútil.
El secreto no es desandar lo hecho, ni golpearse la espalda culpándose por lo inútil. El secreto, es saberlo y dejarlo sin aire mientras tentamos a la nueva idea para que se desarrolle.

A propósito de las SAD

Estos últimos días, los clubes son parte de la disputa ideológica que tiñe esta previa de ballotage presidencial. Frente a la reaparición de...