domingo, 31 de octubre de 2010

El origen de la Polenta (con pajaritos)

Estaba ávida de investigar alguna historia que se haya trasladado boca a boca  de generación en generación.
Había pensado infinitas posibilidades. Sin ir más lejos, dos meses atrás y luego de una reunión de trabajo, surgió la idea concreta de un tema.[1] Organicé las entrevistas y comencé a escribir la introducción. Estimaba poder publicarlo en tres envíos y un epílogo. Este último sería una conclusión a cerca de sus orígenes antropológicos  y las relaciones con los usos y costumbres de lo que denominaría la “sociedad actual”.
Era un proyecto, humildemente, maravilloso.
Tomé un taxi para reunirme con el primer entrevistado.
Era 19 de septiembre de un día soleado.
Nunca llegué a destino.
El taxista desobedeció mi solicitud y comenzó a dar vueltas en redondo. Hablaba murmurando en un idioma que no entendía. Algo preocupada, luego de pasar tres veces por la puerta de mi edificio, le grité a ver si podía sacarlo de su trance.
Los frenos se clavaron y el taxi se detuvo en la esquina de Constantinopla y Altolaguirre. Pasó un minuto y cuando estaba a punto de bajarme, el señor canoso se dio vuelta y me miró fijo. Sus ojos suplicaban.
En voz muy baja, comenzó a hablar.
“Mire, sé que le parezco un loco, pero por favor no se asuste ni se quede con esta primera impresión. Hoy me pasó algo y no puedo volver a mis cabales…. Debo hablar con alguien, lamento que le haya tocado a usted ser la que me escuche”
Volvió a mirarme.
“Siéntese tranquila que nos vamos a quedar un rato aquí.”
El hombre estaba sereno pero preocupado.
Mi espíritu investigador se encendió y en vez de llamar al policía que estaba en la esquina, me acomodé en el asiento trasero, saque mi grabadorcito y sin decir una palabra, se lo mostré y apreté REC.
“El pasajero anterior a usted se subió en Superi y Zárraga con una enorme heladera de telgopor, esas que se usan para guardar remedios. Me pidió en italiano pero muy amablemente que lo lleve. Ante mis ojos negativos, me ofreció el doble de dinero que el contador dijera. Usted verá, a mi no me vendría nada mal, por lo que le hice una seña afirmativa con la cabeza. El tipo puso la heladera en la parte de atrás y se sentó en el asiento del acompañante.
Me dijo que maneje pero no hacia donde.
Doppio manico 50 e sempre a destra.
La segunda vez que doblé me pidió que siguiera derecho.
La heladera se movía demasiado y no era por el traqueteo del auto.
A las veinte cuadras se nos cruzó una F100 blanca. Reaccioné rápido y apreté los frenos inmediatamente. Tan fuerte fue la frenada que se abrió la tapa de la heladera y decenas de pollitos comenzaron a salir de esa cárcel de telgopor.  Eran pequeñísimos y amarillos. Piaban imperceptiblemente pero se movían velozmente por todo el auto. Muchos se pasaban hacia delante y se mezclaban entre los pedales y mis pies. Se trepaban por mi espalda. Desesperado pero incapaz de dejar mi taxi, me los quitaba de encima, los agarraba e intentaba meterlos en la heladera nuevamente.
Pero eran demasiados.
No llegaba a meter a algunos que ya estaban saliendo otros.
Mi acompañante estaba pálido, tanto que no atinó a hacer nada. Sólo me decía en voz baja Doppio manico 50 e sempre a destra.
De la camioneta ya se habían bajado dos hombres que sin acercarse al auto, miraban el espectáculo desde afuera.
Uno de ellos cargaba con una aspiradora de mano y el otro llevaba un sobretodo oscuro en sus manos. No hacían nada, sólo observaban a mi pasajero que finalmente pudo hablar.
Molti anni fa è la stessa, mio padre ha fatto lo stesso, mio nonno ha fatto lo stesso. Ho bisogno di continuare la storia, signore. Tutto dipende da me perché non ho figli.
Mio nonno in Italia, ha vinto il posto per la polenta. Pensi che il colore della polenta di mais?
¡Errore! Grave errore… ¡Essi sono l'uccellino!
No había terminado de gritar la última frase cuando los hombres que hasta el momento sólo miraban, se abalanzaron hacia el taxi. Abrieron rápidamente las puertas y me sacaron bruscamente. Uno de ellos hablaba en secreto con mi pasajero y poco a poco fue convenciéndolo para bajarse. Finalmente el tano se serenó y se bajó. Fue abrigado con el sobretodo oscuro y conducido lentamente a la camioneta.
El otro hombre metía los pollitos dentro de la heladera. Una vez que terminó puso la tapa y la sacó del asiento trasero. Inmediatamente prendió la aspiradora y comenzó la eficiente limpieza de mi auto.
Terminado todo ese extraño trabajo, ambos hombres se acercaron para decirme que nada de lo que había visto había ocurrido. Que ellos sabrían si hacía una denuncia. Me agradecieron y pidieron disculpas por todas las molestias.
Antes de subirse a la camioneta, el más grandote me dijo:
Te vamos a vigilar amigo. Mucho ojo.
Subí al taxi y me fui.
Ahora, no entiendo nada. No sé que hacer. No se qué pensar…”

Su relato me dejó conmocionada. Pero sobre todas las cosas, no había logrado entender el italiano, entonces me animé a consultarle cuál era el significado de las últimas y reveladoras palabras que dijo el pasajero.
Sorprendido por mi falta de entendimiento, el taxista relato:
“Hace muchos años es lo mismo, mi padre hizo lo mismo, mi abuelo hizo lo mismo. Tengo que continuar la historia, señor. Todo depende de mí porque no tengo hijos. Mi abuelo en Italia, encontró el secreto de la polenta. ¿Cree usted que el color de polenta es por el maíz?
¡Error! Grave error... ¡Son los pájaros!”

Apenas terminó con la traducción, el hombre me hizo una seña con la cabeza para que me baje.
Oí que continuaba murmurando en italiano.
Miré como se iba el taxi y entendí que había cambiado mi historia. Ahora, me importaba solamente el origen de la polenta y porque no también, el de los pajaritos.

Sonó mi celular y recordé a mi entrevistado. Ya no me importaba, entonces lo apagué.


[1] Reservo el tema ya que el mismo podrá ser tratado en el futuro y temo algún periodista sin tema termine por robarme la idea.

lunes, 11 de octubre de 2010

Patear al aire y caer sentada

Es como no entender el propio yo. Sentarse y mirar todo lo que deja y todo lo que toma.
Un señor grande que me ve de reojo mis manos mientras una niña gira con su vestido de volados.
Entender muchas veces es innecesario. Es clavar un alfiler en una pared.
Mi cabeza gira sin dirección posible buscando insistir en la plenitud. Cabeza sospechosa de no entenderse.
Ser yo sin ser sólo yo, mientras un ramo de jazmines cae en todas las partes de mi piel.
No comprender el viento cuando viaja de la mano de la brisa y se lleva el algodón de ese viejo palo borracho.

Patear al aire y caer sentada. 

FOTO: "Mujer Sentada" de Cornelis Zitman (1948)

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