domingo, 24 de mayo de 2009

Inconsciente Colectivo

Nunca me había comentado aquella circunstacia. Creo que no era necesario el comentario pensándolo bien. Lucas se empeña en decirlo una y otra vez: "no hace falta aclaraciones al margen cuando de cosas cotidianas se trata". A veces me agota escucharlo repetir esa frase una y otra vez. Pero es así. Lucas es así y a esta altura no me importa.
Sin estar prevenida de nada subí. El colectivo estaba repleto. Había poco lugar para mantenerse de pie. Yo cargada como siempre con mi bolso lleno de papeles de la inmobiliaria intenté hacerme lugar entre la gente. Desde el primer momento que le dije al chofer el valor de mi boleto sentí el ambiente raro que me rodeaba. Doble mi cabeza hacia el fondo y fui realmente incapaz de divisar las caras. No era efecto de mi corta visión ya que invertí unos buenos pesos en hacerme lentes de contacto de última generación "nuestra tecnología esta petentada, que es un agente humectante interno extremadamente hidratante que actúa en la superficie y en todo el interior del lente, además de contar con bloqueo para rayos UVA y UBV. Súmele a ésto que tienen marca de derecho-revés para colocarse los lentes correctamente" me dijeron en la óptica antes de que pasen mi tarjeta de crédito. Tenían razón, siento mis ojos hidratados constantemente.
Sí, no veía caras, veía torzos, uno pegado al otro. Miré un poco hacia arriba y entendí finalmente que no podía ver caras dada la altura de todos sus pasajeros. No había una persona que midiera menos de un metro noventa. Hombres, mujeres. Diversas edades. Intimidada por mi metro sesenta fui haciéndome lugar a través de los altos. Tengo la leve sensación que ni siquiera podían llegar a sentir mi presencia. Un señor mayor de casi dos metros agachado miraba por la ventanilla, una mujer joven leía un libro mientras su cabeza rozaba contra el techo del colectivo, un adolescente de apenas metro noventa se sumía en sus auriculares siguiendo al compás la música. Los que estaban sentados no debían ser así de altos, no hay manera que se juntaran en un mismo colectivo toda gente tan alta. Mi teoría se vió desbaratada cuando en una importante avenida bajaron varios de los sentados. Y eran altos, tanto como la pareja de jóvenes tomados de la mano y el señor de traje y maletín que subieron en esa misma parada. Las sensación de error se apoderaba cada vez más de mi. Deseaba haber estado con Lucas a ver qué tenía para decir. Si siempre tiene respuesta para todo deseaba que encuentre una para ésto. Pero no estaba y yo sí con mi metro sesenta, mis lentes de contacto nuevos y mis papeles revueltos. ¿Qué sería lo que ocurría allí? Un transporte para altos, para gente que puede tocar los techos con sólo levantar el brazo o para gente que al agacharse recorre varios kilómetros. ¿Será que en éste colectivo existía un imán para altos? ¿La gente alta es cómo el metal que tiene un mineral que lo atrae? Será que el alto es metal y el colectivo imán. Subió una abuela, la rubia del asiento de adelante le dió su lugar. Nunca había visto una abuela tan alta. No es coherente ser señora canosa y añosa e inestable al caminar y que todo ello se encuentre en un metro noventa y tres. La edad achica, nunca mantiene o estira. Lucas siempre me dice que es la sabiduría: "uno crece, gana experiencia y filtra, filtra tanto el conocimiento que cada vez ocupa menos lugar aunque sea mayor, es por eso que de viejo uno se vuelve más chiquito..."
Se acercaba ya la hora de bajarme y sólo pensaba en si alguna vez volvería a viajar en un colectivo de altos, pero de altos altos. Toqué el timbre como pude. Pasé por entre medio de la parejita de metro noventa y cinco y noventa y ocho mientras miraba hacia arriba y sus rostros enamorados. Paró el colectivo y bajé, conmigo lo hizo algo más de gente alta.
Me quedé parada, dejé caer mi bolso y con el mis brazos que se desplomaron pesados al lado de mi cuerpo. Miré el irse del colectivo que se perdía lleno de metros. Los que bajaron conmigo se perdieron entre la gente. Volví a mirar el horizonte de cemento y ahí pequeñito aún se dejaba ver. Me quedé diez minutos o tal vez dos horas mirando ese colectivo que ya no veía.
Pero lo miraba con mis lente nuevos. Esos, que siempre estan hidratados.

domingo, 3 de mayo de 2009

Feria de guitarras

La tarde era propicia para visitar la Feria del Libro. Cómo cada año, insisto en caminar a través de los stánds para deleitarme con la multiplicidad de libros. Hacía ya un par de años que no iba un fin de semana. Había olvidado las mareas humanas. Y siendo domingo, era una fija lo que me iba a encontrar. Despojada de prejuicios frente a las corrientes humanas entré. Siempre me hizo un poco de ruido que la cita sea en La Rural. Lugar altamente complejo de asimilar, sobre todo por su pasado y por su presente que no deja de estar siempre en ese lugar dudoso de la oligarquía argentina. Sigo impactada de hecho que el pabellón principal se llame José Alfredo Martínez de Hoz (padre de nuestro conocido ministro de economía y viejo estanciero presidente de la Sociedad Rural, quien obtuvo las tierras gracias a la donación que Julio Argentino "billete de cien pesos" le hizo a su familia).
Omitiendo tristemente ésta circunstancia, me adentré en el mundo de los pabellones. No sin antes cruzarme con Miguel Cantilo en la pecera de Radio Nacional. Esta viejito. Es una cana caminando incluidas sus cejas enormes que despiden largos pelos blancos. Estaba con su guitarrita emulandose a sí mismo y contando sus andanzas setentosas. Me quedé un rato como mirando el museo del rock nacional y sus páginas amarillas. Me gustó la mucha gente mirando y que sea yo una de ellas. Me fui al rato, suficiente me dije.
Entré en el Pabellón azul y observé una multitud apilonada. En éste contexto me uní a la marea humana, sólo por despuntar el vicio. ¡Era Roberto Piazza! Parece que el querido modisto escribió un libro y hoy firmaba ejemplares. Jamás imagine encontrarme este personaje. Pantalón negro chupín, borsegos, campera negra de cuero con un detalle en su espalda de cositas colgando que no llegué a descifrar. Mechitas rubias y colita. Piel arruinada. Y llamativamente más bajo que yo.
Semejante visión me dejó medio abrumada y ni siquiera había empezado a ver libros.
Diciendole a mi cerebro que olvide rápidamente lo visto empezó mi recorrida. Pabellón azul, verde y amarillo. Compré "El ejército de la ceniza" de José Pablo Feinmann. Luego me propuse insitir en bibliografías clásicas. Esta vez fue cultivarme en Borges. Si bien soy de leer mucho hay un par de autores en los cuáles soy analfabeta cien por cien. Es el caso de Roberto Arlt o del mismísimo Borges. Así que fui por José Luis. Adquirí por una módica suma tres libros: El Aleph, Historias de la eternidad e Historia universal de la infamia. Además, mi papá me había pedido que le compre algunos. A él le encanta el espionaje y los policiales y esta agotado de leer sus mismos libros una y mil veces ya que no le gusta ir a comprar. Un personaje.
En el interín de compra y compra me topé con otro autor que firmaba libros. Pero para mi sorpresa (o no) estaba parado charlando con un par de señores y con una visible escacez de público. Parece que Guillermo Salatino escribió un libro sobre Racing. Y ahí estaba. Esperando la nada con una birome en la mano. No entendí si es que la gente de Racing no lee, o está agotada de tantos libros y pocos campeonatos o qué. Luego imaginé que debo ser una de las pocas mujeres que conoce a Salatino. El mismo padre que no compra libros me hizo crecer escuchando Competencia los días de semana de 19 a 21 por Continental o la trasmisión del domingo y el tatatata gol. Y ahí, siempre fanático de Gabi Sabatini y luego de Coria, lo encontrabamos a "Salata" hablando. Hasta que se fue a la Red. Ahí medio que le perdí el rastro, excepto en la tele y sus comentario tenísticos. Sea como sea, no tenía público. Casi le doy para firmar uno de Borges, pero luego me dije que sería peor,... y me fui cabizbaja por mi compañero radial de tantos años.
La gente empezaba a molestame y mis pies sufrían una especie de colapso nervioso. No fui en zapatillas. Un error sin dudas. Igual, ya había hecho y visto todo lo necesario por lo que decidí huir de la mar de pabellones y de tantas discímiles caras famosas y no famosas.
Así fue como salí del largo túnel alfomabrado de rojo, no sin antes imaginarme como una estrella famosa en "the red carpet" Hollywoodense. Y pensé en Liam y el Noel y sus eternas peleas. No muy lejos de allí, estaban por empezar a sonar los ingleses y toda su frialdad. Me puse a pensar entonces en dónde estará el cassette con su primer disco que había grabado anda a saber de dónde y al que le había hecho por mí misma el arte de tapa. Concluí que había quedado perdido en otra casa y atrapado en otra película de mi vida. Me dio pena, aunque más pena me dió no haber estado en el monumental. Una vez, perdí la oportunidad concreta de ir a verlos por tontería. Hoy, entendí que había perdido la oportunidad otra vez y sin ser conciente de las ganas que tenía de ir. Resignada por la poca inteligencia a cerca de mis gustos y entendiendo que me estaba perdiendo demasiados recitales éste año, busqué alguna radio que lo pase. La voz de Lalo Mir en el estadio y los primeros acordes me conformaron un ratito. ¡Qué guitarras, por favor!
Entonces volé con con mis auriculares en los oídos hacia el estadio mientras mis ojos miraban las manos de la gente con bolsas llenas de libros y a viejos músicos tocando guitarras.

viernes, 1 de mayo de 2009

Cerraduras

Se sentó en el medio de la sala celeste. Habían pintado de ese color la habitación.
Sólo quedaba la silla de caño gris y cuerina beige, un insulto al buen gusto.
Mientras entendía que sólo eran la silla y él, se produjo un incendio a dos cuadras de allí. Los bomberos pasaban velozmente y las sirenas le taladraban lo que le quedaba de su cerebro. Había entrado por la única puerta de la habitación. La cerradura andaba mal. Introdujo la llave como pudo y se sintió sólo con fuerzas para llegar al mueble que quedaba. La docena de copas consumidas hacían estragos en sus rodillas que coqueteaban con el parquet gastado y manchado de negro. La lamparita colgaba del techo, su luz tenue no llegaba a convertirse en claridad.
Sentado miró a su alredodor y su cabeza cedío al igual que sus brazos. Preocupado por su postura intentó mirar hacia arriba. El esfuerzo fue enorme pero logró quedar sentado. Cabeza hacia atrás, brazos a los costados, piernas estiradas dejandose sostener apenas por la silla.
Ya sólo quedaban recuerdos de la bocina. Por un instante imaginó las llamas destruyendo madera, sábanas, colchones, cortinas. Imaginó el fósforo cayendo desde la mesada de la cocina mientras la pareja se olvidaba de correr el repasador caído en el piso, llevados por la pasión del encuentro. Y el calor de sus cuerpos hacía olvidar el calor que comenzaba a brotar desde la cocina. Imaginó los besos más sublimes rodeados del fuego destructivo que terminaba con todo lo que se le ponía frente a él y que escondía las formas para convertirlas en restos chamuscados y olvidados.
Imaginó los gritos desesperados de una mujer envuelta en las sábanas y la desesperación del hombre haciendo esfuerzos inútiles para apagar el propio fuego y el que entraba por debajo de la puerta de la habitación.
Imaginó la falta de aire y de oxígeno, las llamas desapareciendo las sábanas que envolvían a la mujer, el furioso color anaranjado que hacía explotar los espejos tan dedicadamente colgados.
E imagino una canción aún sonando en el viejo equipo de música. Una canción tristemente romántica que no parecía perderse con el fuego, que lo desafiaba con sus notas conservando el misterio de lo imposible que es seguir sonando cuando el calor domina.
Su mano logró sacar el arma del bolsillo derecho aunque pesaba demasiado. Quedó apoyada en su muslo. Una lagrima se perdía en su mejilla mientras miraba la lámpara del techo e imaginaba el olor a venganza mezclada con pena. Acercó el arma a su cabeza y la apoyó sin antes mirar a su alrededor. Era la nada misma, el celeste cada vez era más penetrante, la inexistencia de objetos y las manchas negras del piso. Respiró profundamente y sintió el olor a humo, un olor a dolor quemado y a tarea cumplida.
Y disparó.

A propósito de las SAD

Estos últimos días, los clubes son parte de la disputa ideológica que tiñe esta previa de ballotage presidencial. Frente a la reaparición de...