Me agarró una necesidad casi inexplicable de exponerme sin pudor alguno. De esa necesidad salió esto. Bienvenidos a mí.
Me quedan sólo cuatro días para cumplir años. No suelen ser fechas demasiado conflictivas en mi persona. Lo máximo que hago es cortarme el pelo.
Hoy, al borde del cambio de década, parece llamativa mi turbación al respecto. Según me han contado por allí, cuando uno cumple 30 ocurre un evento astrológico nunca vivido. Pasa Saturno sobre nosotros por primera vez en la vidas. Guau. Sí, Saturno, ese, el de los aros. Impensadamente esto provoca un proceso de cambios y de movilización interna interplanetaria que lleva hasta un abismo sospechoso. Parece que Saturno, es tan lento que tarda treinta años en orbitar, por lo que todo se alenta. Eso me motivo, por suerte, ya que pude atribuir mi lentitud a otra cosa que no era yo misma. Por lo tanto, amigos, tengo a tan agradable planeta sobre mi cabeza.
La presencia a ésta altura indudable de la astrología me llevó a pensar en el paso del tiempo que no necesariamente es lento. Pero tampoco rápido.
Pensé en mi vida y en cada cosa que me pasó. Me miré de guardapolvo rayado cortándome el tendón del dedo gordo del pie izquierdo a la edad de 4 años, y llorando en la salita más cercana consecuencia de los muchos puntos de sutura. Me vi con la malla de Club Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó, compitiendo en torneos de gimnasia deportiva y a mi mamá llevándome el té con leche al club todos los días en un vaso térmico porque era la única manera de tomar algo entre el colegio y el entrenamiento.
Pensé en ese guardapolvo marrón de muy mal gusto que llevaba en la primaria. El uniforme con pollera gris y chomba azul, característica de colegio copetudo de Castelar. Y las miles de actividades que hacía en él. Estaba metida en todo lo humanamente posible. Grupo campamento, grupo de religión (sí! En una época fui a la iglesia...), grupo de ayuda social (un puñado de niños bien que íbamos a compadecernos de los desvalidos) y cualquier cosa que surgiera. Y me vi adolescente, con miles de traumas, con 20 kilos más y nutricionista para adolescente a cuestas.
Y Bariloche, del cual nada me acuerdo. Pueden dejar testimonios que tengo una laguna al respecto. Es más, dudo de haber ido si no fuera por las fotos que avalan mi presencia. Y veo mis amores y desamores. Cuando uno sentía una pasión incapaz de frenar por algunos que ni siquiera eran hombres aún. Y la decepción era casi mortal, y la alegría era única.
Paseo así por mi última etapa de colegio y el salto a la Facultad. Al trabajo. Y a mi primer sueldo. Trabajaba en Mataderos. Luego de cobrar la suma de $250. - me tomé el colectivo para ir para Liniers y tenía tanta emoción que lo tome mal y me fui a Villa Madero. Impresionante. Para esa época, un amigo insistía en darme artículos sobre la anorexia a eso de las 6 de la mañana en la estación de Castelar mientras fumábamos como escuerzos esperando el local de las 6:20 hs que nos llevaba al CBC en Puan. Y yo me reía de él.
Y así pasaron libros, trenes y fiestas. Muchas fiestas. Y noches. A la distancia veo como una época absolutamente maravillosa. Salir del huevo y ver el mundo.
Y así, pululando por las facultados, en ciudad universitaria, conocí a quién sería mi compañero de ruta por muchos años. Un intelectual algo averiado por la vida que manejaba un 147 blanco polarizado bajito, en donde el caño de escape gritaba aturdiendo gente. Un día me subí y no me bajé mas. Y los viajes, los amigos, mi incipiente necesidad artística plasmada en algún que otro curso de poesía. Y ya en Ciencias económicas, y casi por casualidad (nunca existe la casualidad) unas compañeras me impulsaron a hacer teatro. Y fue otro 147 polarizado del que nunca me bajé.
Y así tuve un título, una casa, un jardín. Y me fui perdiendo en mi misma, Me olvidé de mí. Y me convertí en otro yo. Y lo disfruté. Tuve mi proyecto, era dueña de un negocio, hacía y deshacía a gusto y piaccere. Y bailaba con Rita, mi perra ovejera.
Nunca perdía mis espacios, mis amigos. Nunca perdí.
Hoy, al borde de mis treinta (casi lo repito para creerlo y por una necesidad de hablarlo, decirlo, mostrarlo) me cuesta entender lo que Saturno esta haciendo en mí. Sí, ese, el de los anillos. A veces veo mi vida anterior como un cuento imaginario.
La lentitud de éste planeta es la oposición a mi realidad. Todo gira como en un tornado. Todo esta por hacerse. Y me visto de fiesta, me pongo un vestido violeta largo con la espalda escotada. Y me pinto los ojos con sombra al tono. Y el rímel que agranda mis pestañas para ver más lejos. Y pinto mis uñas con suavidad. Me calzo los zapatos con poco taco y poca punta. Me abrigo con un tapado que hace juego. Igual que mi cartera. Y en esa cartera hay miles de cosas, que ni yo sospecho que existen.
Me paro en la puerta de mi nueva casa, toda vestida y arreglada a recibir los treinta. A abrazarlos y hacerles honor.
Y entonces miro mi vida
Y miro hacia el cielo
Y veo a Saturno (sí, ese, el de los aros)
Y está guiñándome un ojo.
Y yo? Yo, sonrío.