lunes, 31 de marzo de 2008

En silencio (Parte III)

Mientras salía para el hospital, un poco contrariada con mi situación, observé asomar de mi bolso el uniforme celeste. No era necesario decir que había llegado la hora de cambiarlo. Estaba demasiado desgastado. Miles de lavados en soledad. Es claro que era imposible lavarlo junto con el resto de la ropa. No hay manera de juntar tanto olor a enfermedad y mugre de enfermedad con la ropa de cada día. Y no lo hacía. Igual, pensé más de una vez cual era la diferencia entre aquellas ropas tan disímiles aparentemente.
Tenemos asignados dos uniformes por año. Los entregan de a uno cada seis meses, firma de conformidad mediante. Hice una rápida cuenta mental. Ya habían pasado. Y no me había dado cuenta. Los meses me pasaban y no podía detenerme a observar su paso. Ni siquiera lo hacía con los días. Verlos, entenderlos, vivirlos. Es ese día que se transforma en semanas, y esa semana que se hace mes y luego, casi a desgano tiene por resultado un año.
Todo pasa y no puedo. Convierto el tiempo en objeto. Sólo es un nombre y un número: “lunes 15 de septiembre de 1885”... ¿Qué significa? ¿Qué es esa fecha si no se vive? ¿Porqué debería tener valor si no se transita?
No siento en transcurso del tiempo, del día. De la misma manera que no puedo gritar. Sufro. Pierdo por no detenerme y por no gritar. Igual que me pierdo en ésta construcción monstruosa que me invade las tripas.
En éste hospital las paredes tienen sentidos.
Paredes que sienten y te tocan con su frialdad de azulejos.
Paredes penetradas de olor a todo y a nada.
Paredes que ven cuerpos transformados en fantasmas y fantasmas transformados en cuerpos.
Paredes que oyen murmullos que a veces suenan a gritos y otras que parecen un soplido inexistente.
Pero paredes que nunca, pero nunca hablan. Se convierten enmudecidas y chorrean silencio.

Hoy va a venir un hombre. En sólo unos minutos. Llamaron. Dijeron que necesitaban atención urgente para él. No nos dejaron su nombre.
Entonces espero a ese hombre. Tengo serias dudas y una ansiedad inquietante. No me es común. Los inquilinos pasan a ser cosas defectuosas necesitadas de arreglo.
Algo me decía que esto no sería lo mismo, porque tenía vértigo y por las sensaciones inexplicables de ésta mañana.
Me acercaron un sobre marrón de madera. Tenía mi nombre en él y estaba cuidadosamente cerrado. “Para usted, Gladys. Lo mandan de arriba. Dijeron que se lo de en mano.” Dijo Raúl casi en lenguaje de señas. Sorprendida tomé el sobre y sin aguardar un instante siquiera, comencé a abrirlo tan cuidadosamente como estaba cerrado. El pegamento me produjo serios problemas. No quería romper nada. Opté por buscar algo con filo para poder abrirlo. Había desaparecido ya hacía unos meses mi “abre sobres”. No me importó demasiado porque nunca debo abrirlos. O vienen abiertos, o sin sobres o no vienen.
Finalmente y luego de revisar todos mis cajones encontré un cuchillo algo oxidado que en otras épocas me servía para pelar manzanas verdes que traía la madre de una enfermera. Pero se fue a otro hospital. Y como se fue ella, se fue su madre y las manzanas verdes y por ende la utilidad de ese cuchillo. Pero hoy iba a servir.
Abrí el sobre y saqué un papel escrito a mano. No tenía membretes ni firmas.
“Derrame cerebral. Sesenta y dos años. Sin familia. Lugar de encuentro: esquina concurrida. Persona que lo encontró: mujer joven embarazada (sin nombre). Hora de llegada estimada 23: 54. No se conoce si es alérgico a algo. No poner anestesia. No preguntar. Tratar con extremo cuidado. Denominación en ficha de ingreso: Señor B.”
Incrédula releí varias veces el texto. En tantos años aquí jamás había ocurrido cosa semejante. Tuve miedo. Pero necesitaba hacer bien mi trabajo.
Miré la hora. Eras las 23: 45. Sólo faltaban nueve minutos para conocerlo.

sábado, 29 de marzo de 2008

VIDA

Raros presentimientos
Sensaciones ambiguas
Seguridades sospechosas
Miedos irrepetibles
Almas dudosas
Consuelo en estrellas
Destinos escritos
Dudas mentirosas
Amores irreales
Movimientos internos
Canciones tristes
Preguntas irrespondibles
Corazones claros
Arboles sin raíces
Flores marchitas
Sueños escondidos
Y yo

Tortugas tecnológicas


Puedo usar un montón de cosas pero a un nivel extremadamente lento. No se que es lo que paso, tal vez haya sido mi forma de querer limpiar sin sentido. Es complicado borrar cosas según como me parezca y como se vean exteriormente. Pero mi decisión era eliminar, dejar todo lo mas vacío posible. Y no me salió, por el contrario empeoré todo.
¿Cómo puede ser que la necesidad de hacer las cosas mejores generen un caos tal que todo se vuelve lento?
Tal vez alguien lo entienda mejor que yo o lo pueda hacer mejor.
Pero lo hecho, hecho está. Ahora sólo me queda creer que todo mejorará.


Texto: Problemas con mi PC.

lunes, 24 de marzo de 2008

Cultura popular


Durante la tardecita decidí meterme como de a poquito en el nuevo lugar que vivo. Había un evento en la plaza de la ciudad llamado " Feria de las Naciones" Sí, es claro que no han descubierto nada y el tema es bastante repetido, pero todo vale para ver quienes son los vecinos y hacer un pequeño estudio sociológico del lugar que hoy me tiene por inquilina.
Stands con comidas típicas, otros con "chucherías" varias, los siempre puestos de artesanías (mil veces repetidos y aburridos). Otros puestos eran bastantes interesantes como el de un Bob Marley cualquiera que pintaba remeras muy lindas y te recibía con su música transportadora de realidades.
Había otro puesto que tenía espejos hechos en cuero. Original realmente. Pero por lo demás, todo mas o menos igual.
La gente, amontonada, como era de esperar.
Gente grande, mujer sesentona por supuesto rubia. Hombres con remera lacoste y con naúticos que adornaban las canas que acompañan el rubio de su mujer. Parejas jóvenes, con niños corriendo o a "cococho" como se puede ver en toda plaza. Grupos de chicas y chicos adolescentes, que hablan al oído y miran quién sabe a que otro grupo que hace exactamente lo mismo.Parejas jóvenes, enamoradas y otras que se aburrían en casa y decidieron romper la rutina tomando un trago típico en el stand de Brasil.
Hasta ahora nada raro. Todo igual que en todo evento cultural/popular. (si podemos llamar a ésto cultura o popular, y no es que diga que no, sino que se puede poner en "tela de juicio")
Ese mix de cosas me lleva a presentarles al escenario principal en donde se producen los eventos musicales. Y es un mix porque los espectáculos lo son también. Desde mi balcón escuché más temprano a un gran imitador de Pavarotti. Pero al llegar había recién empezado una banda de rock. "Repuesto de loco" decían llamarse. Sonaban bien, prolijos. Guitarra interesante, un bajo acompañador y la batería tal vez era lo más destacable (si, ya sé, suele ser raro que lo que se destaque la batería, pero realmente tocaba muy bien el muchachín). La voz bien, cocherente con la misma banda y eso no es fácil. Por lo tanto es mucho decir. Tocaban rock básicamente y muchos covers (aunque mezclaron algunos temas propio). Pasaron por los Redondos, Led Zeppelin y terminaron su show con "El juicio del ganso" de la Renga. Me gustó ese tema. Hacía años realmente que no lo escuchaba. Sin embargo lo destacable de todo ésto fue que al observar a mi alrededor, el 74.2% de la gente eran los ya nombrados sesentones. Y entonces me dije, qué loco no? No eran demasiado coherentes los mundos de los que cantaban y de los que escuchaban. Entonces me divirtió mucho ver las cabecitas algo añejas al ritmo de la Renga. Y eso está muy bien. Eso hace a los eventos populares, sean donde sean.
Terminó la banda, promociono próximas presentaciones en Merlo y no sé donde más y por supuesto su fotolog. Nueva era. Antes, se repartíán volantitos luego del show.
Aplausos varios. Todos felices. El presentador los felicitó y pidió aplausos fuertes y nuevos. Elsa y Carlos les hicieron caso y aplaudieron a más no poder. El presentador nos dijo que no nos fuéramos, que en instantes venía una odalisca a bailar para todos nosotros.
Entonces entendí mucho más el mix. Bah, lo confirmé.
Y como nunca me gustaron las odaliscas, me fui.

Foto: Plano de la Ciudad de Ramos Mejía

martes, 18 de marzo de 2008

Avispas elefanticas


Para amenizar tanta oscuridad silenciosa, hacemos un recreo.

Entendemos a la avispa como un pequeño ser volador que pica.
Un ser que no pica porque pica sino que pincha. Y no pincha porque quiere, sino porque puede. Y puede pinchar porque tiene un aguijón picudo que inyecta algo así como un veneno. Pero no quiere hacerlo.
Si la avispa fuera elefante estaríamos cagados.
Se imaginan un elefante que pinche?
Estoy en un jardín y se asoma una avispa. La echo. Me sigue. Me pica, o me pincha. Ya mas tranquila, luego de hacerlo, se va. Me pica la roncha y en unos días se va.
Si fuera elefante y se asomara en el jardín me pegaría un cagazo terrible, en principio. Luego intentaría espantarla con una rama enorme que corto con un hacha de un árbol cosa que provocaría que de tan pesada la rama me caiga de culo al piso.
Ya en el piso, vendría en elefante con serias intensiones de picarme (o pincharme). Yo asustada intentaría arrastrarme por el piso rayándome todas las piernas y los brazos. Acto seguido me alcanza el elefante y al picarme me descontrola todo mi cuerpo de forma tal que me es imposible volver a levantarme.
El elefante entonces ya mas tranquilo, se sienta a descansar sobre mi averiado cuerpo. Y yo, con la mano y la cabeza asomada casi sin aliento, puteo por mi mala suerte.
Moralejas:
Nunca confundas una avispa con un elefante.
Si ves una avispa en el jardín, se agradecido.
Si ves un elefante en un zoológico, se agradecido.
Si por esas casualidades encontras un elefante en tu jardín, no seas boludo, no lo eches, corre lo más rápido que puedas.

domingo, 9 de marzo de 2008

En silencio (Parte II)

No puedo evitar hablar despacio y no puedo evitar tener vértigo de saber a quién voy a encontrar cuando llegue. Y no puedo evitar odiarme por eso. Necesito saber quienes son las personas que duermen y a quienes velo día tras día.
Estoy encargada del segundo piso. Son 9 habitaciones. La 27, 28 y 29 son de terapia intermedia. En realidad, tanto terapia intensiva como intermedia están en el cuarto piso, pero el año pasado por faltante de camas decidieron establecer una mini sucursal en mi piso. Y eso aumentó el silencio. Más terapia, más silencio.
Mi responsabilidad se reduce a las habitaciones comunes. De las otras se encarga Rita. Ella no habla. A veces tengo serias dudas si sabe hacerlo. O si puede. Nadie la oyó. Nadie pregunta y yo por las dudas tampoco. Cada vez que termina su turno escribe en un cuaderno todas las circunstancias del día. En negro las actividades programadas, en rojo aquellas que surgen como novedades. Muchas veces observé algún comentario en verde, pero no pude establecer que significaban. Igual, no me importó. No soy quién debe entenderla. Conmigo sólo inclina la cabeza al momento de llegar y de irse. Si debe decirme algo deja notas en papelitos amarillos que meticulosamente pega con cinta adhesiva sobre mi escritorio.
Y nada más. Silencio.
Hoy no tenía ganas de venir. Tenía una extraña sensación. Raro, nunca tengo sensaciones. Me cuesta creer en ellas. No las veo y si no veo no creo. ¿Por qué creer? ¿Por qué darle credibilidad a cosas que no puedo tocar? Yo creo en el tensiómetro, en el algodón y en el suero. Creo en la mano del inquilino llena de moretones de tanto buscar las venas para pasar el antibiótico. Creo en la lágrima mentirosa del nieto que espera la casa del viejo con alzheimer e infección urinaria. Creo en mis manos limpiando escaras con olor nauseabundo. Y ya. Nada de fé o creencias. Ni sensaciones.
Pero hoy fue realmente extraño. Me desperté con el pecho cerrado, agitada y sin entender bien que me pasaba. En un principio omití pensar en eso. Mi marido, un hombre sin motivaciones ni alegrías me preguntó el porque de mi expresión. No le respondí. No lo sabía yo y no tenía ganas de responder. Tantos años sin hablar había corroído mi necesidad de hablar con él. Ya no tenía sentimiento de diálogo. Prefería el silencio. De esa manera nunca pueden estar las cosas mal. Todo se convierte en una gran mentira pero nadie se queja. Ni mi marido, ni yo. Disimulamos un rato cuando viene nuestro hijo a cenar. Un chico ejemplar. Estudió y se recibió de biólogo. Trabaja de ello y parece ser feliz.
Lamentablemente viene poco. No se lleva demasiado bien con su padre. El año pasado hasta olvidó el día de mi cumpleaños. Pobre. Debe ser esa mujer que lo tiene loco. Las mujeres hacen que los hombres olviden quienes son. Insisten en convertirlos en arcilla y modelarlos según sus necesidades. Y son necesidades egoístas y que poco tiene que ver con ellos. Descubren que por medio de diferentes artimañas pueden lograr respuestas impensadas racionalmente. Y son concientes de lo que pueden lograr. Y los cambian de forma tal que empiezan a disfrutar (aparentemente) de acompañarlas a comprar ropa, aprender baile o mirar películas de amor. Asco. Asco me dan esas mujeres manipuladoras de la masculinidad. Ni mi hijo ni esa son la excepción.
Pero yo callo. Prefiero que me quiera.

lunes, 3 de marzo de 2008

En silencio (Parte I)

Shhh. Silencio. No puedo hablar alto. Estoy oyendo murmullos. Shhh. Más silencio. ¡Por favor! Es necesario que todos se callen.
Nunca me gustaron los hospitales. Son lugares tremendamente tristes, oscuros, con gente seria o por lo menos incómoda. Ver esas camas, con personas sin esperanzas, y a veces ver camas vacías, a la espera de un nuevo inquilino que sea funcional al objetivo que tienen cada una de ellas. Ver máquinas que controlan todo, aunque a veces ese control no sea más que un espejismo. Oler. Oler ese áspero aroma a remedios, a enfermedad. Es olor a miedo. Miedo a lo que vendrá o a lo que puede pasar. Y es olor a pollo hervido, a puré de zapallo, que se transforma en un código culinario muy característico que penetra desde la nariz hasta lo más profundo de mis entrañas.
Shhh. Silencio. No se puede hablar nunca demasiado alto. Todo se susurra y todo es duda. A veces me gustaría gritar, gritar sin prejuicio. Pero aquí no se puede. Nunca se puede. A veces se oyen alaridos, no gritos. Alaridos de dolor. Pero nunca son de aquí. Son de los inquilinos.
Estoy cansada del silencio. Y de callar, y de callarme.
Shhh. Silencio.
Perdón, omití decir quién soy. Estoy demasiado acostumbrada a mi nombre. Lo escucho siempre y de mil formas distintas. Soy Gladis Elsa Birtman. Enfermera. Trabajo en éste hospital hace ya casi veinte años y hoy estoy demasiado harta del silencio. Los años pasan y casi no me doy cuenta. Historias pasan y todo parece un cuento. Y ese silencio..., ese silencio que tanto me lastima. Es demasiado el tiempo hablando sin hablar, hablando sin sentido, diciendo exactamente lo mismo a los mismos.
Hoy me desperté luego de mi inservible día de franco sabiendo que me tocaba el turno de la noche y de alguna manera sonreí. Nunca me gustó trabajar de día. Es más real. Las cosas se ven y son verdaderas. La noche es un misterio, una circunstancia irreal en donde todo lo que pasa queda guardado en un manto de oscuridad que nadie reclama. Las personas son distintas por las noches. Descubren la melancolía y brindan con la esperanza de ser otros. La piel se torna oscura y los ojos brillosos ven aquellas cosas que el sol impide ver. Y ahí queda. El despertar de la mañana transforma y evapora esos sentimientos. Se renueva la rutina obligatoria que cada uno tiene convirtiéndose en uno más dentro de la masa humana que va como la marea. Entonces ya nada es igual.
Shhh. Silencio.

A propósito de las SAD

Estos últimos días, los clubes son parte de la disputa ideológica que tiñe esta previa de ballotage presidencial. Frente a la reaparición de...